Project Syndicate
La retirada de fuerzas estadounidenses de Siria anunciada por el presidente Donald Trump recibió la crítica casi universal de demócratas y republicanos por igual. Eso habla menos de Trump que de la miopía del establishment estadounidense de política exterior.
El núcleo ortodoxo de ambos partidos políticos exhibe juicios con cierto grado de reflexión: que Estados Unidos debe mantener una presencia militar en todo el mundo para no crear un vacío que adversarios puedan llenar; que el poderío militar estadounidense es la clave para el éxito de la política exterior; y que los adversarios de Estados Unidos son enemigos implacables inmunes a la diplomacia. Es verdad que la retirada de Siria anunciada por Trump puede ser el peligroso preludio de una guerra regional en mayor escala; pero con imaginación y diplomacia, también puede ser un paso crucial en la senda a la esquiva paz en la región.
El establishment de política exterior estadounidense justificaba retóricamente la presencia de Estados Unidos en Siria como parte de la guerra contra Estado Islámico (ISIS). Pero ahora que ISIS está básicamente derrotado y dispersado, Trump expuso el engaño del establishment. De pronto este declaró las verdaderas razones de la prolongada presencia estadounidense, y denunció que la decisión de Trump puede entregar ventajas geopolíticas al sirio Bashar al-Assad, al ruso Vladimir Putin y al iraní Ali Khamenei, al tiempo que supone poner en peligro a Israel, traicionar a los kurdos y provocar otros males que básicamente no tienen relación con ISIS.
Este cambio tuvo un efecto benéfico: desenmascarar los verdaderos objetivos de Estados Unidos en Medio Oriente, que al fin y al cabo no son tan secretos, salvo por el hecho de que los analistas ortodoxos, los estrategas del establishment estadounidense y los congresistas no suelen hablar de ellos en público. Estados Unidos no ha estado en Siria (o en Irak, Afganistán, Yemen, el Cuerno de África, Libia y otros lugares de la región) por ISIS. De hecho, ISIS fue más una consecuencia que una causa de la presencia estadounidense. El verdadero objetivo era la hegemonía regional estadounidense; y las consecuencias reales han sido desastrosas.
La verdad respecto de la presencia estadounidense en Siria casi nadie la ha dicho. Pero es indudable que a EE.UU. no le preocupaba la democracia en Siria ni en otros países de la región (de lo que da sobradas pruebas su firme apoyo a Arabia Saudita). Estados Unidos decidió promover una insurgencia para derrocar a Bashar al-Assad en 2011 no porque Estados Unidos y aliados como Arabia Saudita anhelaran la democracia en Siria, sino porque decidieron que Assad era un obstáculo a los intereses de Estados Unidos en la región. El pecado de Assad era evidente: aliarse con Rusia y recibir apoyo de Irán.