El 23 de mayo,como casi todos los días, me mandó material de lectura. Esta vez, íbamos a discutir el complicado caso de la demanda de Bolivia al mar. A su vez, yo le había pasado un editorial de Hernán Pérez Loose sobre el caso y me dijo en tono aleccionador que me contaría todo lo que le dijo Ricardo Lagos sobre el tema, apenas llegara al Ecuador en un par de meses. Hasta el último día mantuvo intacta su increíble curiosidad intelectual.
Tenía ya una idea clara de cuáles podrían ser las posibles salidas para Bolivia, pero sobre todo, tenía clarísima la posición de Chile, su segunda patria. La primera siempre fue el Ecuador. Tal vez por eso se fue un 24 de mayo en el país que amó.
Escribo este réquiem porque él siempre quiso que lo hiciera y no sería capaz de decepcionarlo. Fue el feminista más avanzado que he conocido en el Ecuador. Desde su permanente veneración a su esposa María Teresa, de quien decía que era una gran negociadora, mucho mejor que él mismo, hasta su asistente María Augusta, inteligentísima y trabajadora.
Creía tanto en la destreza de las mujeres que deploraba cualquier intento de machismo que tratara de detenerlas. Con sus amigos hombres era mucho más exigente. Su vara sobre inteligencia e integridad era tan alta que cuando alguien le fallaba, no tenía contemplaciones.Él siempre decía que nadie es profeta en su tierra.
Y tenía razón. Nunca entendí mejor cuán admirado era su trabajo internacional y su papel en el fin de la guerra en Afganistán, como cuando –mientras cenaba con él en Nueva York- se le acercó el connotado historiador Arthur Schesslinger Jr. y le dijo: “Soy un gran admirador de su trabajo y quiero felicitarle y agradecerle por todo lo que ha hecho. Me siento honrado de estrechar su mano en persona”.
Es, sin duda, el ecuatoriano más respetado y reconocido en materia internacional de los últimos tiempos. Todos lo conocen o han oído de él en Naciones Unidas y en casi todos los países del continente. Nada pone en mayor evidencia su vocación permanente para solucionar conflictos que la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos otorgada en el 2010 por el Gobierno del Perú, de manos de José García Belaúnde, con quien le unió una amistad profunda.
Qué decir de sus preocupaciones sobre el Ecuador. Creía, con mucha razón, que el peor problema del país es esa incapacidad para entender los puntos de vista de los otros y alcanzar acuerdos. Anhelaba con entusiasmo que los políticos sean como en otras latitudes, interesados en consultar a incluso a sus más aguerridos adversarios en momentos de crisis.
Por eso, era tan amigo de Rodrigo Borja pero también de Jaime Nebot, como lo fue de George Shultz y a la vez de Eduard Shevardnadze. Tal vez con esa secreta esperanza le envió sus memorias autografiadas al presidente Rafael Correa, de quien recibió una carta de felicitación.
Como él siempre decía, no hay mejor estrategia que la del sentido común. Por eso sé que se fue en paz, la misma paz a la que le dedicó toda su vida.