Estoy harta de las revistas del corazón multiplicadas sin límite en el universo virtual: entrevistas, matrimonios, crímenes, divorcios, obesidades, flacuras, suicidios, drogas, traiciones, chefs, marcas, (la ilusión de sus protagonistas es, hoy, ser una ‘marca’), y cuanto concierne a divas o divos de éxito medido en dinero, o de desgracia, atrae poderosamente. Identificados con los susodichos en el bien y el mal, los envidiamos o compadecemos, según se ofrezca.
Aunque harta de su estupidez condensada -gozan del récord de propagar universalmente la frivolidad- echo un vistazo al muestrario en la peluquería o al esperar la cuenta del supermercado, pero me honro de no haber comprado jamás una de esas revistas. Sus lectores constantes o circunstanciales imitan y aspiran a apariencias y delgadeces de cuerpo y alma, incluso los cansados de Luis Miguel, del espantoso Julio Iglesias, de la mismísima Preysler y su consorte, o de futbolistas y cocineros que hacen roncha en tantas pobres vidas.
Pero un príncipe, con exactitud y flema inglesas, camina dos pasos tras su reina, luminosa de juventud a sus más de noventa; alegre y burlón, repleto de ese sentido del humor que solo en Inglaterra pudo nacer y preservarse, y es la medida de su libertad personal, (quizá los dos pasos de diferencia le dan tiempo y lugar para desahogarse como y cuando se le ocurre, a veces con alusiones racistas o intolerantes –pero ¿quién que es, no sufre de racismo e intolerancia?- que encantan a sus mismas víctimas por la chispeante malignidad que transpiran).
Sus expresiones son libres, voluntarias, queridas y llenas de gracia, digan lo que digan los acomplejados. ¿Resbalones?: ¡nadie resbala voluntariamente con la gracia que él ostenta! A pesar de la severidad de la Reina, hay que alabar en ella el sentido del humor indispensable, en su formalidad tan real e inglesa, para haber respaldado a su marido durante setenta años…
¿Se ríen los dos de noche, al evocar las salidas de tono principescas, liberados de la pesada carga de gobernar con decencia?
Se cuenta que a estudiantes británicos radicados en China, el príncipe consorte les exhortó a volver a Inglaterra ‘antes de que se les rasguen los ojos’. “¿La van a meter a un horno?”, lanzó al ver a una nonagenaria como él, pero en silla de ruedas, que se cuidaba del frío cubierta con algo como papel de aluminio.
Hacia 1969, hablaba de las finanzas de la familia real: ‘Entraremos en números rojos: quizá deba renunciar al polo’. Durante la recesión de 1981, reflexionó: ‘Todo el mundo aspiraba a tener más tiempo libre. Ahora se quejan de estar en paro’. En 2009, Barack Obama contó al príncipe que ese día se había entrevistado con el primer ministro Gordon Brown, el político David Cameron y Dmitri Medvédev, ‘¿Es que puede distinguir a unos de otros?’, le espetó. Obama debió de reírse con ganas…
En una última foto de la nada decrépita pareja real, el príncipe mira a la Reina con expresión singular; imagino que se pregunta algo como ‘pero ¿qué hago yo aquí?’.
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