Libertad es la habilidad innata del ser humano de obrar, pensar y escoger sin coerción de tipo alguno su destino. La libertad nos permite decidir nuestra forma de vida, filosófica, religiosa o política; lo que defendemos o no, la actuación frente a las propuestas de quienes nos rodean dentro de un orden lógico dado por los valores y los principios o, una moral aceptada por la mayoría. La libertad nos permite estar de acuerdo o no con aquellos que, cuando piden el voto, pierden la libertad de hacer lo que solo para ellos es conveniente. Quien se presenta a la lid política, se desviste ante el pueblo que puede o no aprobar su persona, filosofía y actividades. Quien se presta para liderar debe superar sus propios deseos y vanidades, sus complejos y resentimientos, para convertirse en el eterno buscador del bien común y entregarse, entonces, al servicio de los demás, quienes, engañados o no, le otorgaron su voto.
Impensable que un país se dé por vencido ante un grupo y su regente que, a pesar del paso de los años en la práctica del poder, todavía no logre entender que sus buenas obras, porque algunas las hay, se perderán en el olvido ante la sistemática coartación de la libertad. Increíble pensar que el lavado de cerebro realizado a través de todo medio público, desgastando los fondos públicos, es decir del pueblo, ha llegado a tal punto que se discuta en algunos casos, mientras en otros se aplauda, nuevos cambios a una Constitución por la cual votamos porque su índice de madurez político legal era tal que ganaría al tiempo y los cambios. Pero, tan poco ha durado su perfección, que si contabilizamos las reformas, nos perdemos en los números, pues documento tan impecable no puede, por simple lógica, necesitar tanta reforma y tan pronto. Dirán que aceptar las fallas de un proyecto que se suponía invencible es una muestra de valentía, olvidando la prepotencia que produjo ceguera y sordera, encerrándolo en sí mismo, demostrando cobardía, porque poco valor se les dio a los que podían hacer importantes aportes.
Llámenle referéndum o consulta, entramos en un nuevo túnel de altísimos gastos, dinero y energía que bien podría utilizarse en educación y salud que siguen en estado precario para la gran mayoría. Hagan una o mil preguntas, estarán conscientes de que no somos expertos en tales temas, por complicados o por insignificantes. No permitamos que, como en mesa de casino, para que gane el de siempre, se acomoden las cartas a su necesidad y no a la de un país perdido en el cambio, inmerso en una utopía sin límite.
Reclamo mi libertad de pensar, hablar y actuar como me parezca y no al ritmo de la politiquería que, de a poco, bien disfrazada, asemeja una populista dictadura.