El tema se identifica con la máxima de A. Schopenhauer: “El mundo es mi representación”. Entraña el esfuerzo de comprender nuestro cosmos desde la imagen o carácter que tengamos o hagamos de él, que parte necesariamente de la correspondencia sujeto-objeto. Es el sujeto analítico frente al objeto analizado. Lo desarrollaremos en función de las cuatro formas del “Principio de Razón Suficiente” que ofrece el alemán en la que fuera su tesis doctoral.
Éstas son el devenir, el conocer, el ser y el obrar. Todas confluyen en la que podemos llamar “voluntad schopenhauereana”, que es una sinrazón terminal, rezagada, que nos lleva a actuar “sobreponiéndonos a todos los obstáculos posibles”, y que filosóficamente concurre en la teoría del inconsciente de S. Freud.
El “devenir” es la manifestación de la causa. Jamás podemos comprender al mundo, ni en su naturaleza ni en la grafía que tengamos de él, si nos abstraemos de la relación procedencia-efecto. Aquí radica, tal vez, el primer error en que incurren los actores sociales al opinar sobre los fenómenos sociológicos disociando las reacciones de sus móviles.
Respecto del “conocer”, es la respuesta al “por qué”. Toda y cualquier osadía en penetrar en el discernimiento sobre qué es el mundo no puede evitar remitirse, con la objetividad razonada, a la apreciación de lo que nos circunda. Solo por medio de ella podremos diferenciar lo verdadero de lo falso.
En cuanto al “ser”, obliga a dirigir la ponderación de nuestra existencia en términos de espacio-tiempo. El suceder como causa y el saber a título de intelecto efectivo se plasma en un existir epistemológico sólido. Para la razón suficiente, no se trata de subsistir sino de aportar al mundo.
Los tres principios en cita desembocan en el “obrar”. En el plano filosófico, obrar es sinónimos de “volición”, es decir del acto de voluntad que, partiendo de la consciencia o de lo inconsciente, conduce al hombre a manifestar su querer. Conocerse a sí mismo es conocer el mundo, al tiempo que la representación propia de éste.