De acuerdo con una encuesta realizada en Quito por una empresa seria, los quiteños no confían en nadie. No le creen al Presidente, no creen en la Asamblea, no creen en la Justicia y se ha desplomado la confianza que solían tener en las FF.AA., la Iglesia y los medios. Tampoco tienen fe en el futuro. Hay en la capital un vacío de liderazgo muy preocupante. En Guayaquil, donde hay líderes reconocidos, las cifras cambian notablemente. En general las cosas no se ven tan mal como ven los capitalinos.
Los datos más sorprendentes de Quito indican que la organización más confiable es la Conaie y las figuras más destacables son Antonio Vargas y Leonidas Iza. Se explica, en parte, porque los indígenas aparecieron en las protestas de octubre como los únicos capaces de enfrentar al Gobierno en defensa de todos. A esto se suma el error que cometió el Gobierno al purificar a los indígenas con la denuncia de que vándalos, extranjeros y políticos golpistas infiltrados habían sido causantes de la violencia. El Gobierno mostró a los indígenas como los buenos y a los vándalos como los malos. Es muy probable que estas cifras se desvanezcan al iniciar la campaña.
Las cifras revelan que los quiteños participan de un fenómeno internacional que afecta a la democracia, las instituciones y a los políticos. Es el resentimiento con el sistema. En Quito, Santiago, París, Bogotá o Hong Kong, los ciudadanos no se sienten representados por los políticos y salen a las calles a expresar su repudio.
No se trata de reivindicaciones concretas, es el rechazo a un sistema que les resulta lejano y ajeno. Las protestas, la desconfianza y el vacío de liderazgo demuestran que el mundo, sus valores y sus principios cambiaron radicalmente y los políticos no cambiaron nada. Los ciudadanos que se aferraban a las ideologías, las religiones, incluso instituciones como la familia y el matrimonio, se han alejado hacia otras causas como la ecología, el amor a los animales, el veganismo o los viajes. Los jóvenes no se interesan en tener bienes sino experiencias y viven en las antípodas de los políticos y sus valores.
Los cambios se han acelerado con el internet y las redes sociales. Cualquiera puede opinar lo que le parezca y emitir juicios olímpicos, nadie se siente obligado a fundamentar, probar o razonar su opinión. Muchas opiniones se viralizan y se convierten en tendencia porque son emotivas y contagiosas. Sin embargo, son también frágiles, se desvanecen tan pronto como se generalizan y son manipuladas por agentes provocadores.
Los viejos parámetros de la política y el gobierno parecen ya obsoletos para estos tiempos. Las sociedades y sus políticos tendrán que vivir con la incertidumbre porque no sabrán cuándo ni dónde ni por qué se producirá la próxima explosión social. Hay que aceptar que la gente está resentida y que espera cambios.
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