‘Esta es la última vez que nos encontramos. Con esa convicción, digo adiós”.
Fueron las últimas líneas que escribió el periodista mexicano Miguel Ángel Granados Chapa, a quien sus admiradores lo llamaban “el maestro”.
Aquellas palabras premonitorias fueron el último párrafo de su columna semanal Plaza Pública, en diario Reforma.
El maestro, que conocía del agravamiento de su cáncer, redactó su texto de despedida dos días antes de su muerte, a la edad de 70 años.
Por esa razón, su último artículo mantuvo un tono idealista en medio de un país que se deshace por la violencia de las poderosas bandas criminales y la fragilidad de las instituciones.
Es deseable -escribió- que el espíritu impulse la música, las artes y ciencias y otras formas de que renazca la vida, permitan a nuestro país escapar de la pudrición, que no es destino inexorable.
Granados solía motivar a sus lectores con su obsesión: que se produjera en México un renacimiento colectivo.
Lo hacía desde su autoridad ética como una de las pocas voces críticas que ejercieron un periodismo implacable, justo, riguroso y exigente, con él mismo y luego con los demás.
Su virtud fue la coherencia entre lo que decía y lo que hacía: participó en la fundación o consolidación de medios prestigiosos como diario Reforma, la revista Proceso o el periódico La Jornada.
En todos los medios donde trabajó (también mantuvo por décadas un espacio radial crítico) jamás comprometió sus convicciones a los intereses del poder político o económico.
El domingo 16, el historiador Enrique Krauze publicó un texto dedicado a Granados.
“El adiós no es un adiós, Miguel Ángel. Tras cuatro décadas de seguirte en tus columnas y en la radio, todos nosotros te llevamos dentro como la voz de la mejor conciencia mexicana”, dijo Krauze en Reforma.
Que no se pudran nuestras sociedades. Es la obligación y el deber que Granados nos deja a los periodistas mexicanos y latinoamericanos.
El maestro estaba consciente de que su deseo podía leerse como algo pueril o ingenuo, pero ese fue el sentido que él dio a su ejercicio periodístico: luchar para que su país y la sociedad no se corrompan hasta llegar a la descomposición total.
No es fácil para los periodistas mexicanos, muchos de ellos amenazados o sentenciados a muerte por el poder y la mafia, creer en la posibilidad de que se produzca ese renacimiento colectivo por el que tanto luchó Granados.
Tampoco es fácil para los periodistas latinoamericanos entender que nuestro trabajo tiene un sentido de construcción social.
Pero la realidad muestra que cuando una sociedad parece caminar hacia la pudrición de principios y libertades, es hora de renacer desde el periodismo.