Los árboles impiden ver el bosque. Tengo la impresión de que a los ecuatorianos nos ha sucedido algo semejante con la falsa ‘revolución ciudadana’. Nos han preocupado determinados aspectos coyunturales y los hemos criticado aisladamente -el autoritarismo, los insultos y descalificaciones, el desempleo, el crecimiento inconsulto del gasto público, la burocracia, la asfixiante deuda pública, la injerencia en la administración de justicia, la propaganda y el clientelismo, el afán de limitar la libertad de opinión y expresión, la corrupción-, pero hemos soslayado lo medular: que esos hechos son secuelas del proceso que, paso a paso, nos ha venido imponiendo para consolidar el proyecto político integral, concentrador y represivo, a largo plazo, del correísmo.
Todo comenzó con la inconstitucional convocatoria a la consulta popular y la vana ilusión popular de que la aprobación de una nueva Constitución abriría las puertas para el cambio. El golpe de estado desde el poder, que desintegró el Congreso Nacional e impuso diputados de alquiler, no fue comprendido ni analizado en su auténtico significado. La Asamblea Constituyente tomó la posta y, prescindiendo del ‘estatuto’ aprobado por los ciudadanos, resolvió que sus decisiones (la voluntad de su mayoría) prevalecerían sobre la Constitución y las leyes. El texto constitucional de Montecristi -extenso, confuso y contradictorio- fue redactado para servir de instrumento dúctil y eficaz a ese proyecto político.
La ‘revolución ciudadana’, para alcanzar sus objetivos, impulsó un proceso de desinstitucionalización nacional: primero, la Asamblea aprobó varias normas, incorporadas al texto constitucional subrepticia y mañosamente, para establecer un ‘régimen de transición’ que, manejando los períodos de los integrantes de los organismos más importantes, le permitirá mantener el control político aun después de las elecciones; más adelante, con irresponsabilidad, ha ido creando el enredo jurídico que le ha facilitado manipular a las instituciones y, en última instancia, someterlas a sus designios. La Corte Constitucional y la Corte Nacional de Justicia son un ejemplo: debilitadas y sumisas, están al servicio de ese proyecto.
La historia se repite. Los regímenes totalitarios –de ‘derecha’ o de ‘izquierda’, el fascismo o el comunismo-, basados en la represión y el miedo, el odio y la arbitrariedad, siempre han proclamado su larga duración. La ‘revolución ciudadana’, cuya tendencia al atropello, la descalificación y el autoritarismo es incuestionable, no se queda atrás. “Tendremos una revolución para tres, diez, treinta, trescientos años”, se dijo alguna vez. En la práctica, y soslayando la exageración, no le importa el pueblo: convencida de la supuesta ceguera de los ecuatorianos, demagógica y falaz, hundida en sus propias contradicciones y en la corrupción, hoy sólo está demostrando su insaciable afán de poder.