La ola de protesta iniciada en España se globalizó en los últimos días al extenderse a 951 ciudades en 82 países. Sabemos cómo es la protesta: miles de personas, especialmente jóvenes, convocados por las redes sociales, salen a las calles con gritos y carteles; pero no sabemos bien a qué se oponen. Ciertos eslóganes y pancartas sugieren críticas al sistema, a los líderes, a la crisis financiera, al desempleo. El mensaje es vago, pero se advierte desesperanza respecto al futuro. “Sal a la calle, crea un mundo nuevo”, “La única solución es la revolución”, “si no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir”, son algunas de las frases más reveladoras.
Los líderes políticos y la prensa internacional no han prestado mucha atención a los disidentes; seguramente consideran como José M. Aznar, que solo es la expresión de una “extrema izquierda marginal antisistema”. Creen, talvez, que se desvanecerá pronto y que no logrará, ni mucho menos, combatir los abusos y reducir las injusticias del capitalismo global. Los líderes políticos y los medios están abrumados por sus problemas locales y no tienen tiempo para dar un vistazo a la globalidad.
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en entrevista con el diario El País, ensaya una explicación parecida apoyándose en dos argumentos, el primero que se trata de un movimiento emocional, sin pensamiento, y el segundo que el origen de la crisis está en la diferencia de escalas entre fuerzas políticas y fuerzas económicas.
Sobre el carácter emocional de la protesta sostiene: “Si la emoción es apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean”. Sobre el origen de la crisis dice: “Las fuerzas económicas son globales mientras que los poderes políticos nacionales. Esta descompensación convierte la creciente globalización en una fuerza nefasta. De ahí, efectivamente, que los políticos aparezcan como marionetas o como incompetentes cuando no corruptos”.
La expansión de la protesta nos obliga a reflexionar sobre ella y también sobre el silencio. El inconformismo se ha generalizado en los países más desarrollados y hay silencio en algunos países de América Latina, incluido el nuestro, donde las condiciones de vida son inferiores y el ejercicio de las libertades está en peligro. Quienes nos miran desde fuera se preguntarán: ¿han renunciado al anhelo de crear un nuevo mundo, o la crítica está proscrita? Los políticos, cuando están en el poder, promueven aglomeraciones de partidarios, pero aborrecen las reuniones de disidentes. En Bolivia han debido inventar una nueva forma de protesta. En las elecciones de jueces para la Corte Suprema de Justicia, el 60% de los electores rechazó la farsa democrática, votando en blanco o anulando el voto.