De tiempo en tiempo, a lo largo de la historia, se han sucedido transformaciones incluso inicialmente animadas por ideales ampliamente aceptados y respaldados por grandes segmentos de la población, que han terminado deformándose de manera tal hasta volverse completamente irreconocibles y sus líderes, de liberadores de ayer, convertidos en los tiranos de turno.
La lucha del pueblo ruso por liberarse de un régimen incapaz de comprender el hambre por la que atravesaban millones de ciudadanos, permitió a una minoría instaurar una dictadura que por décadas dominó al país a través del sometimiento, el destierro y la persecución permanentes y configurar a uno de sus líderes como uno de los más feroces dictadores que existieron en el siglo XX.
Asimismo, un pueblo al que le impusieron enormes cargas después de la Primera Guerra Mundial, creyó encontrar en un alienado mental el líder para catapultar a su nación a la cúspide mundial, provocando una de las catástrofes más grandes de la historia con millones de muertos y ciudades enteras arrasadas, sembrando el odio por donde quiera que sus tropas se habían desplegado. La aventura terminó con un país dividido, al que le costaría casi medio siglo para ver materializada su reunificación.
Experimentos similares se vivieron en Asia, donde un régimen a nombre de una revolución cultural asesinó a miles de ciudadanos y otro, también de carácter demencial, inundó de cadáveres las tierras de Camboya.Los procesos nacionalistas de muchos países del norte de África culminaron instalando en el poder a regímenes opresores que sometieron a sus pueblos por décadas.
Acá por América Latina, las viejas dictaduras que fueron desplazadas del poder por las armas posteriormente terminaron reemplazadas por gobiernos opresores de otro signo, que no han realizado otra cosa sino que retener el poder para beneficio de la clase dirigente y su séquito de acólitos, sin que la situación del pueblo llano haya cambiado en esencia en cuanto al cúmulo de limitaciones que los rodean.
Pese a todas estas experiencias que resaltan por las consecuencias que produjeron a esos pueblos se observa inexplicablemente que, de tiempo en tiempo, amplios sectores poblacionales caen atrapados en el lirismo y la retórica fácil, colocando en manos de astutos charlatanes los destinos de sus naciones.
Únicamente, como si se tratase de un caso de “paroxismo colectivo”, es posible asimilar la manera en que un régimen político haya sido capaz de despedazar a uno de los países más ricos de América, con una producción petrolera equivalente a cinco veces la de nuestro país, que la población sufra de escasez y racionamientos y que aún así buena parte de ciudadanos vitoree al hacedor de semejante descalabro, instalado en calidad de hazmerreír mundial.
No ha llegado a los extremos de los casos reseñados en las primeras líneas pero el daño causado al país llanero es irreparable, con el dudoso privilegio de ser el centro de atención de este lado del orbe.
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