Una ojeada atenta al periplo histórico revela que los pueblos de diversas latitudes del planeta han tenido períodos cíclicos de paz o de guerra, desde tiempos remotos. Sin embargo, el pausado progreso del Derecho de Gentes ha hecho posible, en épocas no muy distantes, la gradual elaboración de normas de convivencia internacional que disponen el arreglo pacífico de las diferencias y la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, para procurar que la paz tienda a consolidarse allende los límites de la utopía y de la retórica bien intencionada. Pero la vigencia de unas misteriosas opacidades del alma humana, que nutren tendencias proclives a la violencia, dificultan la ejecución de esas tareas, confinadas en el marco de las doctrinas y del discurso académico.
El ordenamiento jurídico de la comunidad internacional, en dicho contexto, solo fue posible en el siglo XX a raíz de las dos guerras mundiales. Mediante el Pacto de la Sociedad de Naciones (1919), primero, y luego con la Carta de las Naciones Unidas (1945).
En lustros recientes, las tensiones internacionales se han localizado en el Oriente Medio, como es de conocimiento general. La denominada primavera árabe, que postulaba procesos de cambio en esa región, mantiene un clima convulso, dentro del cual se singulariza el caso de Siria, que se caracteriza por una autocracia hereditaria y represiva. Acosada por una guerra civil que se inició hace más de dos años, Siria presenta un cuadro dramático y cruel, que preocupa a la comunidad de naciones, sobre todo por las flagrantes violaciones de derechos humanos, con características que se encuadran en una apología de la barbarie. El régimen tiránico de Asad ha ocasionado más de cien mil muertos y algo más de seis millones entre desplazados y refugiados.
Desde el punto de vista institucional, corresponde a la ONU tomar decisiones orientadas a poner término a este trágico episodio nacional. Pero bien sabemos que la competencia concierne al Consejo de Seguridad, donde el privilegio del veto obsta las posibilidades de acuerdo entre los cinco miembros permanentes. China y Rusia respaldan a Asad, y Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña están en la orilla opuesta. El tema que ha aguzado las aristas políticas del problema es el uso de armas químicas, el 21 de agosto último, en circunstancias ambiguas. Este acto atroz causó alrededor de mil cuatrocientas muertes entre civiles inocentes, incluidos niños en edad temprana.
Estados Unidos sigue considerando la posibilidad de una intervención armada, de dimensiones limitadas. La decisión está en manos del Congreso. Rusia tomó la iniciativa de entregar a Naciones Unidas el arsenal de armas químicas, para resolver la cuestión en un marco institucional. Los cancilleres de EE.UU. y Rusia se reunirán en Ginebra para considerar esta propuesta. Esperemos que se encuentre una solución política a este delicado problema.