Santiago Andrade Ubidia falleció el 18 de julio de este año. Sus amigos, sus colegas, sus discípulos hemos resaltado su notable labor como abogado, como juez, como profesor universitario.
Un jurista no se distingue por su vasto conocimiento del Derecho, por su erudición, sino por su capacidad de percibir el sentido profundo de la ley; y de aplicarla a la vida diaria recuperando su función esencial: la búsqueda de la verdad, de la que tantas veces se prescinde en la vida, en la política, y no digamos en los procesos judiciales.
Pero solo con la verdad se construye la legalidad y la justicia.
Así entendió y practicó la profesión Santiago Andrade.
Pero no fue solo un abogado brillante, fue sobre todo un ser humano cabal, de exquisita cultura, de perspicaz inteligencia, de honestidad a toda prueba, generoso, valiente, severo, pero dotado de un alto sentido del humor.
Un amigo entrañable, con quien se podía entablar una interminable y sabrosa conversación sobre todos los temas divinos y humanos. Conversaciones que ya no podrán repetirse.
Galo Galarza falleció en agosto del año pasado. Tito Cabezas, hace más de veinte años. Santiago, Galo y Tito fueron designados en 1997 magistrados de la Corte Suprema de Justicia e integraron la Primera Sala de lo Civil y Mercantil de esa Corte.
Muy pronto las sentencias de esa Sala empezaron a divulgarse en el ámbito profesional como ejemplos de lo que se espera de un juez, de un tribunal.
Sentencias que daban la razón a quien la tenía, como debe ser cualquier sentencia, pero que resolvían los casos con sabiduría, con lógica impecable, con profundidad, con apoyo en la mejor doctrina; creando al mismo tiempo, la doctrina aplicable a la legislación nacional.
Esos fallos se citan con frecuencia en alegatos y en sentencias.
Y en numerosos casos, por triple reiteración, esas decisiones se convirtieron en normas de aplicación obligatoria.
Tuve el privilegio de incorporarme a esa Sala, de recibir y aquilatar las lecciones que prodigaban mis compañeros, de contribuir a su trabajo y de sentir la satisfacción de cumplir mi deber y servir al país.
La tarea quedó interrumpida cuando la garra de la política pretendió adueñarse de la administración de justicia.
Los riesgos que se ciernen sobre la administración de justicia no han desaparecido. Son externos e internos.
Los políticos siempre tienen los ojos puestos sobre ella, pues son clientes frecuentes de los tribunales. Pero también acechan algunos jueces, que accedieron quien sabe cómo a su cargo, y que se dejan corromper con impresionante facilidad.
La tarea urgente es descubrirlos y expulsarlos definitivamente.
Esta página de recuerdo, pretende ser también un homenaje a los innumerables jueces que cumplieron su misión con probidad, con pasión por la justicia.