El 2011 empezó prometedoramente. Los augurios eran que la economía mundial estaba recuperándose. Pero en marzo, el panorama se ensombreció. Hoy las economías centrales se debaten entre un prolongado estancamiento y la recaída, quizá peor que en 2008.
¿Qué pasó?
Para empezar, la crisis japonesa. La contracción del PIB japonés en el segundo trimestre fue un revés para la economía mundial. Se interrumpió la manufactura de ciertos elementos claves en la cadena productiva global, incidió en que se paralicen ciertas producciones.
En abril llegaron a Egipto las protestas que empezaron en Túnez y se habían propagado a Libia, y el panorama se configuró que todos los países árabes autoritarios podían entrar en crisis política de manera simultánea. Con ello, se ponía en peligro el abastecimiento mundial de petróleo. El precio se disparó, afectando a las endebles economías de las industrias y consumidores de los países desarrollados.
En 2009 los gobiernos de los países desarrollados mediante estímulos monetarios impidieron que sus economías entren en depresión. Hubo gran infusión de dinero vía crédito e inversión. Dos años después, se agotaron los recursos destinados a mantener a flote las economías, y más bien se comenzó a recoger dinero: los bancos, a pagar los créditos. Lo cual trajo consigo que se desinfle el débil crecimiento.
Para entonces, los mercados financieros mundiales veían con recelo a los eslabones frágiles de la Eurozona, comenzando con Grecia. La preocupación se fue propagando a Portugal, Irlanda, España, Italia.
Se teme que estos países altamente endeudados no puedan pagar sus obligaciones. En la medida que crece la duda, aumenta el descuento al que se compran sus bonos, y más sube el servicio de la deuda. Un círculo vicioso.
Para completar el cuadro, estos países han perdido competitividad frente a Alemania, y por lo tanto el problema puede volverse crónico.
Los líderes europeos no pudieron ponerse de acuerdo en una solución definitiva de la crisis, y en agosto se fueron de vacaciones. Los mercados hoy desconfían que la dirigencia europea tome el toro por los cuernos, y especula contra los papeles de los países débiles.
EE.UU. no tiene un problema de fondo: las burbujas ya se reventaron. No hay activos sobrepreciados. Pero el presidente Obama y la oposición republicana no pueden entenderse en cual debe ser el camino para reactivar la economía.
En el contexto de la crisis europea, hoy también hay en EE.UU desconfianza de que sus gobernantes atinen con la mejor manera de poner fin a la crisis.
China es hoy el motor económico mundial. Pero enfrenta el desafío de reconvertir su crecimiento, ya no vía exportaciones sino del mercado interno. Un traspié en ese proceso, y la economía mundial puede recaer.