Podemos saber dónde y cómo empiezan las guerras, pero es más complicado determinar los porqués de aquellos enfrentamientos. Esta es una de las principales conclusiones que Tucídides -militar e historiador de la antigüedad- hace en “Historia de la guerra del Peloponeso”, la serie de libros que describe el enfrentamiento entre Atenas y Esparta, uno en el que él mismo participó, como ateniense, hace 2 400 años.
La guerra del Peloponeso -que duró un cuarto de siglo y dejó en ruinas a la Atenas de Pericles- comenzó por una disputa sobre lo que hoy es Corfú, en aquella época una isla sin importancia política o comercial, cuenta Tucídides.
Algo similar ocurre en estos d ías: existe la posibilidad real de que un conflicto de escala mundial -la Guerra del Peloponeso también lo fue- empiece en Corea del Norte, una tiranía marxista sin voz ni voto en la comunidad internacional, cuyo Producto Interno Bruto es de apenas 40 000 millones de dólares (60% del PIB ecuatoriano), con una población sometida a repetidos episodios de hambruna y forzada a fugarse permanentemente hacia Corea del Sur.
¿Qué hizo que Esparta atacase a Atenas? El miedo a que esta última ciudad-estado pudiera consolidar su dominio militar sobre el mar y se convirtiera, por tanto, en una potencia hegemónica comercial y aislara a Esparta, asegura Tucídides. Es que, tras el triunfo de la Liga Helénica sobre los persas, Atenas vivió el período de mayor florecimiento económico, político y cultural de toda su historia.
Algo parecido puede ocurrir ahora: el potencial conflicto en Corea del Norte, no puede ser sino el síntoma de un desarreglo mucho más profundo, el pulseo de fuerzas que desde las dos últimas décadas tiene lugar entre China y EE.UU.
Ambas potencias han colaborado estrechamente desde que Den Xiaoping -el único político que mejoró, como ningún otro en el siglo XX, las condiciones de vida de su pueblo- decidiera abandonar el dogma comunista para encauzar a su país por la senda del crecimiento. Pudiera ser que los conflictos económicos y políticos entre estos dos países estén llegando a niveles irreconciliables, pero no sabemos qué áreas específicas de interés están en juego.
Esto último siempre será difícil de determinar, dice Tucídides, porque cuando los países entran en guerra esgrimen discursos más bien retóricos que poco tienen que ver con las razones reales de su disputa. Desentrañar los porqués de una guerra es incluso más difícil en un entorno disperso y hermético como el que viven los protagonistas del conflicto emergente en Corea del Norte. Además de los principales involucrados -las dos Coreas, China y EE.UU. – están Japón, India y los denominados Tigres Asiáticos, cada uno con intereses concretos y a veces también contrapuestos.