Escribo esta columna vísperas del encuentro en Quito de los presidentes de Colombia y de Venezuela para buscar una salida a la situación que viven sus países no solamente en el contexto fronterizo sino binacional.
América Latina ha cambiado en las últimas décadas. Ha crecido en términos de desarrollo, a pesar de las dificultades coyunturales actuales, los golpes de Estado tradicionales aupados por la potencia hegemónica han sido superados, con todas la deficiencias y cuestionamientos se ha expandido la democracia; en suma, la región ha madurado a pesar de las carencias que aún padece.
En ese contexto, las irremediables controversias que se han producido en las últimas décadas en la región, se han solucionado entre los propios países que forman parte de ella por la vía de la negociación. Casos recientes como el problema interno de Bolivia, los de Colombia con Ecuador (Angostura) y con la misma Venezuela, fueron resueltos entre nosotros. El mismo conflicto Ecuador-Perú encontró salida gracias al liderazgo brasileño en 1998.
La inaceptable reacción de Venezuela frente a los recientes hechos delincuenciales producidos en su frontera con Colombia y el calentamiento reprochable de opositores iracundos al presidente Santos, probablemente para poner en peligro las negociaciones de La Habana, han escalado a niveles inadmisibles en nuestra llamada región de paz.
Resolver esta controversia, expresé en esta columna ya a fines de julio pasado, es un desafío que pone a prueba a las organizaciones regionales que han surgido en los últimos años, en particular la Celac y la Unasur.
La OEA no cuenta para estos afanes por su propia decadencia y por el rechazo de Venezuela. Señalé, y me ratifico, que la Celac, que requiere encontrarse a sí misma y lograr su identidad, debe ser la entidad mediadora en esta controversia, aún más que la Unasur que no va más allá de Sudamérica.
La Celac, que tiene entre sus miembros a actores clave como México, con su innegable peso político y su interés en incidir nuevamente en América Latina; y como Cuba, con su influyente rol en el Caribe y por ser sede de las negociaciones de paz con las FARC, de las cuales Venezuela, por lo demás, es mediador, debe ser la protagonista. El presidente Correa, en su calidad de presidente pro témpore de la Celac, es la persona que debería asumir esa función mediadora junto con el presidente de Uruguay, que tiene la misma calidad en Unasur, y es de una enorme estatura política. Correa ha tomado la iniciativa en buena compañía y eso es positivo.
Hace pocos días, en un programa radial, al reafirmar que al presidente Correa le correspondía interceder en el conflicto, sostuve coloquialmente, que se anotaría un ‘poroto’ si lograba que ese encuentro se realizara. Así ha sucedido y aspiramos a que haya habido al menos un principio de acuerdo que resuelva la divergencia.