Pocos obstáculos pueden entorpecer tan seriamente la comprensión de los hechos sociales y políticos como la vanidad de quienes pretenden tener autoridad para pontificar sobre todos los temas. Y es esa vanidad la que permite la deslegitimación de muchos actos, palabras o personas, bajo el insólito argumento de que son de carácter político. Parecería así que lo político es una especie de prerrogativa que pertenece en exclusiva a ciertos individuos privilegiados, que vendrían a ser algo así como los únicos titulares de lo político: sobre esa premisa, cualquier acto, palabra o persona “no autorizada”, se convertiría en reo del delito de usurpación. Y nada hay más falso. Si quienes así proceden pudieran darse la molestia de leer un poco sobre el tema, podrían encontrar en los textos de Bolívar Echeverría (nuestro compatriota aún desconocido entre nosotros, pero aclamado ya en el extranjero) los mejores instrumentos para definir lo político y la política, contando con un sólido fundamento conceptual.
La tesis planteada en tales textos, reducida a sus líneas esenciales y más accesibles, parte de la famosa declaración aristotélica que concibe al ser humano como “animal político”: a semejanza de muchas especias animales, la nuestra se caracteriza por tener una vida social; pero a diferencia de ellas, su socialidad no está definida de una vez para siempre por las leyes naturales, sino que tiene que ser continuamente redefinida mediante la elección libre de una forma propia. Por eso, mientras los animales no hacen historia, el ser humano es su propia historia, o sea, lo que ha hecho de sí mismo. Esa capacidad de dar forma a la vida social es la politicidad, o, en otras palabras, lo político: atributo humano esencial, sin el cual el ser humano recaería en la pura animalidad.
La política, en cambio, es el ejercicio real y concreto del poder, de su impugnación o su conquista. Es una prolongación de lo político que tiene vigencia en los tiempos “normales”, en los cuales lo político se manifiesta bajo los ropajes de lo lúdico, lo festivo o lo estético, mientras la política es ejercida por individuos u organizaciones determinadas. Pero cuando la “normalidad” cotidiana es rota por factores endógenos o exógenos, sobreviene la crisis y la sociedad se alista a los actos de su propia refundación, que es la actualización del pacto tácito que sostiene cada forma de organización social. Entonces se suspende la política y se actualiza lo político: la sociedad reasume su condición de entidad llamada a darse su propia forma.
¿Cómo se puede pretender, entonces, que haya actos químicamente “puros”, no “contaminados” de lo político? ¿Se espera que los seres humanos actuemos como ángeles? ¿Se busca que nos manifestemos exclusivamente como seres biológicos? ¿Cómo se puede pensar que es posible aplazar la vigencia de la libertad para asegurar la igualdad? Actuar políticamente es lo propio de nuestra condición de seres libres; no hacerlo es descender a la pura pulsión biológica o al mero consumo enajenado.