¿Es posible mirar las cosas desde otra perspectiva? ¿Se puede entender al país desde una visión diferente a la política? ¿Temas como la felicidad de la gente, la cultura, la sociedad, la economía se agotan en los dogmas? ¿Tenemos derecho a plantearnos otros referentes para decidir sobre nuestros problemas, o hemos enajenado todo en beneficio del poder que se ejerce y del poder al que se aspira?
Me pregunto esto porque si se mira la televisión, se escucha la radio, se exploran las redes sociales e Internet, queda la impresión de que todo se agota en la política –y lo peor, en la política electoral-, que no hay nada distinto del discurso, ya sea del gobierno o ya de la oposición; que los más nimios temas de la vida están condicionados por la competencia para alcanzar el poder; que lo más esotérico puede ser tema de ideología, propaganda y campaña.
La politización integral a que asistimos implica una silenciosa pero constante expropiación de nuestra intimidad. Se hace cada vez más difícil evadir las redes de la política, sustraerse a la generalizada simplificación de las ideas, poner límite a la invasión y preservar la autonomía frente al “ogro filantrópico”, que reparte premios y castigos.
Estamos asistiendo a una sofisticada estatificación de la sociedad, por la que milita la izquierda, adversaria confesa del individuo libre, y la derecha, que ha perdido casi toda capacidad de reflexión.
Un proceso así empobrece a la sociedad, le resta capacidad creativa a la gente, condiciona la cultura, pervierte la educación, nos iguala hacia abajo y arruina la economía. Este proceso asegura las ataduras del poder, reduce los debates a los cálculos electorales, afianza el populismo y nos quita libertad. Todo es asunto de sondeo y cálculo. Por eso, es indispensable plantearse la sociedad, la cultura, el pensamiento, el derecho, etc. desde perspectivas distintas. Es necesario pedirle peras al olmo y ponerle límites a esa tendencia, entender a la política como recurso subalterno y no como actividad capital.
Hay que atreverse y afirmar la indispensable autonomía que es el único recurso idóneo para afianzar la democracia, entendida como forma racional de elegir, pero, además, como dimensión de la tolerancia, y no únicamente como sistema que se reduce a designar redentores.
Como anécdota: en los países del socialismo real, la gramática, la astronomía, la agricultura, la literatura y las artes debían alinearse con la ideología del régimen, incluso había “ciencia reaccionaria”, por eso, los comunistas fusilaron por traidor al agrónomo que, contra toda lógica, se vio obligado a sembrar naranjos en las gélidas orillas del lago Balatón, en Hungría, cuando, cumpliéndose el pronóstico del ingeniero, los naranjos se helaron.