En un interesante estudio sobre la incertidumbre y la pérdida de libertad que experimentan los individuos en la sociedad posmoderna, Alain Ehrenberg señala que un miércoles por la noche, en 1983, se produjo una ruptura que redefinió las relaciones entre lo público y lo privado tal como las conocemos y experimentamos hoy. Esa noche, una pareja común y corriente de franceses –Viviane y Michel– aparecieron en las cámaras de televisión para hacer pública una dolorosa intimidad. Ella se quejó, ante millones de televidentes, que su esposo sufría de eyaculación precoz y que nunca había experimentado con él ningún placer sexual.
Otros autores fijan en esa noche el inicio y la posterior proliferación planetaria de los ‘talk shows’. Fue el punto de inflexión donde la esfera de la vida privada irrumpió de manera descarnada en el mundo de lo público. A partir de entonces, un importante tabú se rompió de una vez y para siempre: todo aquello que los seres humanos habíamos reservado para los espacios de mayor intimidad, y que únicamente confiábamos a las personas más cercanas y queridas, podía ser exhibido en una confesión pública y masiva.
Las pantallas de televisión empezaron a ventilar cualquier conflicto personal como si se tratara de una preocupación colectiva. Para ello fue suficiente con enchufar los episodios del escenario a los imaginarios de los espectadores, mediante una habilidosa estrategia de manipulación emocional. Por arte de la publicidad y del ‘rating’ escandaloso, la sordidez y la liviandad se volvieron asunto de interés general y, al mismo tiempo, negocio rentable.
Los réditos de estos espectáculos no tardaron mucho en permear el mundo de la política. Sobre todo de la mano de publicistas y ‘marketineros’. El éxito público, logrado gracias a la difusión de escándalos personales, hizo posible el tránsito político de la venta de marcas a la venta de excentricidades y detalles personales. Incluso vicios, defectos y debilidades pueden ser aprovechados y vendidos mediante una buena estrategia empresarial.
De este modo, el hiperpersonalismo de la política ha sido reforzado con la divulgación de intimidades familiares o personales. En estas tres décadas, el mundo se ha llenado de candidatos, líderes y mandatarios que no escatiman esfuerzos en cautivar audiencias y enganchar electores mediante la socialización de su vida privada y la divulgación de trivialidades. En no pocos casos, los estrategas se encargan de “filtrar” sucesos escabrosos que estimulan la suspicacia ciudadana e incrementan la exposición mediática del personaje.
La fórmula, lamentablemente, sigue dando buenos resultados. Esto explica, en parte, el retorno triunfal del PRI mexicano al poder, luego de 70 años de abuso y 12 de ausencia.