Cada persona habrá sacado sus conclusiones acerca del debate, entre el presidente Rafael Correa y los “economistas críticos”, del miércoles último. No era un debate, sino un conversatorio; aunque hubo pequeños y acalorados debates como el que sostuvieron el moderador y el exministro de Industrias, Ramiro González, sobre la forma de conducir el programa.
El conversatorio resultó conflictivo y desconcertante, como era de suponer a la vista del número de participantes y la ausencia de un reglamento, a pesar de la cuidadosa preparación.
El conductor no tenía claro el formato y perdió el control del programa, se enfrascó en disputas con los participantes, no logró la objetividad y equidad que debía observar y lo peor de todo, antes de dar la palabra a “los economistas críticos” les daba una pedrada en la boca, con datos sacados del archivo de “prohibido olvidar”. Al cuestionarles su pasado les ponía en la necesidad de defenderse, les restaba autoridad o descalificaba lo que iban a decir. Se lució el moderador.
No estaba claro el papel que desempeñaban los dos funcionarios de economía. De los “economistas críticos” el que llevó la peor parte fue Ramiro González, exfuncionario. Se entiende que le traicionaran los nervios, pues tenía que atacar aquello en lo que había sido cómplice.
Alberto Dahik, aunque no se compartieran sus tesis, las expuso con claridad, con energía, con argumentos, con cifras, sin manipulaciones ni demagogia. Mauricio Pozo, académico, pausado, y sin dejarse confundir, hizo el resumen del programa cuando dijo que a una situación como la ecuatoriana, en recesión, con alto endeudamiento, sin inversión extrajera, con los depósitos a la baja, sus productos fuera de competencia y excesivo gasto público; en cualquier parte se le llama crisis.
El presidente Correa es un gran comunicador y el equipo de comunicación prepara muy bien la escena. Todos estarán impacientes por dictaminar quién es el ganador del debate, para decidir con acierto conviene tener en cuenta las siguientes pistas.
Para la mayoría habrá bastado ver la escena: el Presidente con los funcionarios a su lado y al frente un exfuncionario del Gobierno y un perseguido político redimido por el Gobierno, más un grupo de estudiantes escogidos por los organizadores; con ver la escena ya estaba claro el ganador del debate, antes de que abran la boca.
Para la clase media, se trataba de dejar que los entendidos hablaran de la crisis para que luego el Presidente dictamine que no hay crisis y se muestre, una vez más, como el salvador que, a pesar de los problemas abrumadores, lo ha hecho “excelentemente bien”. Aseguró que pagará la deuda, pagará los décimos a la burocracia y no afectará a los pobres.
Sin embargo, es probable que hayamos asistido al último debate. No se prestará para que le vuelvan a decir, en la cara, lo que le dijeron.