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Tristeza. Coraje. Angustia. Las declaraciones racistas del flamante presidente del Brasil y sus ministros y diputados producen una profunda desazón, como desazón produce la realidad del continente. Las luchas y conquistas de derechos ocurridas en el siglo XX, después de dos guerras mundiales, un muro que dividió a Europa, las dictaduras militares latinoamericanas, con todo el dolor que significaron, ahora, se desvanecen.
El ser humano parece estar condenado a tropezar con las mismas dolorosas piedras: el racismo, la xenofobia, la homofobia, el machismo, la intolerancias, el autoritarismo, el populismo, todo eso matizado y salpimentado con el poder de las sectas religiosas y con el poder de las mafias dominantes. Poderes levantados a costa de la profunda ignorancia de los pueblos que han dado su voto y aplauso a tanto indeseable.
A más derechos adquiridos, sociedades más vulneradas. Esa parece ser una de las mayores paradojas del siglo XXI, que, por cierto, está lleno de ellas: a más canales de información, más desinformada está la sociedad; a más mecanismos que permiten ganar tiempo, menos tiempo tiene hoy la gente; a más mecanismos democráticos, menos democracia real; a más tecnología de la comunicación, menos comunicación entre las personas. Ya decía el filósofo coreano Byung- Chul Han: “en la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente de que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación”.
Tristeza. Coraje. Angustia. Los mandamases latinoamericanos producen arcadas. Ortega y su mujer rompiendo en pedazos a Nicaragua, pareciéndose más a Somoza que a Sandino; la estampida de gente huyendo de Venezuela buscando un futuro lejos de un país quebrado gobernado por el tirano; los líderes asesinados en Colombia apenas al iniciar el año; los escándalos de corrupción en Perú, Ecuador, Argentina; la sangre derramada en México, Honduras, Guatemala… y ahora Brasil… haciendo llamados a limpiezas étnicas, tildando de basura urbana a los indígenas, empujando a destrozar lo poco que queda del pulmón del mundo, la Amazonía.
Líderes que proclaman levantar muros de acero en lugar de romper aquellos muros que nos separan; voces furibundas expresando sentencias de odio. Toda clase de posturas fascistas disfrazadas de cristianas con proclamas que resultan indigestas, insoportables, indignantes y dolorosas, sobre todo, porque se creían superadas por la historia.
Los acontecimientos políticos de las dos primeras décadas del siglo XXI nos alertan. El desparpajo de los gobernantes, las persecuciones y atentados contra la libertad, los fanatismos y exacerbaciones, los discursos de odio, los intentos autoritarios y déspotas son campanazos. Lo que se viene no pinta bien.