Columnista invitado
Uno de los mayores aportes de la cultura occidental al desarrollo de la humanidad es el piano. Mas allá de ser un instrumento musical de complejas estructuras acústicas y de sorprendentes resultados musicales es fundamentalmente la fuente de inspiración tanto de compositores como de intérpretes.
Se estableció en el siglo XIX como el centro de la atención musical y desde entonces su repertorio no ha dejado de crecer. Grandes compositores como Beethoven y Mozart fueron también grandes intérpretes de este instrumento y establecieron la tradición de la composición musical para el piano que más tarde, los compositores-pianistas del siglo XIX como Liszt, Schumann y Chopin, la desarrollaron.
De esta tradición emergieron también los compositores vanguardistas de finales del XIX y comienzos del XX como Debussy, Ravel y Scriabin. A comienzos del siglo XX los gigantes ballets interpretados al piano por Stravinski y las obras revolucionarias de Schönberg y Bela Bartok cambiaron para siempre el panorama pianístico.
Ya en pleno siglo XX, el regreso al romanticismo del siglo XIX con las obras monumentales de Rachmaninoff, pareció que era el único camino para recuperar el curso, cosa que no ocurrió porque el piano preparado* de las obras de John Cage habían tomado impulso y condujeron al piano a otros mundos sonoros. De todos modos, el piano continuó siendo un elemento fundamental en el lenguaje contemporáneo no solo de la música académica sino también la popular y se tomó el ragtime y el jazz y más tarde el son y la salsa. Al mismo tiempo grandes intérpretes surgieron para dominar el repertorio cada vez más exigente del instrumento y celebridades como A. Rubinstein, Glenn Gould, Daniel Baremboim, parecen haber nacido para depurar todo lo que se había escrito para este fantástico instrumento. En nuestro medio el instrumento primero llegó al puerto y de ahí subió a la cordillera empujado por mulas y en su recorrido fue tomando forma ecuatoriana.
No se conoce de grandes virtuosos, pero si grandes nombres como Luis H. Salgado, Gustavo Bueno, Belisario Peña, que compartieron vocación por la composición y la interpretación. Los grandes pianistas ecuatorianos incluyen a Memé Dávila de Burbano, Leslie Wright, Juan Esteban Cordero, Carlos Juris, Reinaldo Cañizares y los más jóvenes que han irrumpido con fuerza, y el más importante de todos Jonathan Floril, el pianista ecuatoriano con la más sólida y brillante carrera de solista y una fabulosa proyección internacional. Con él se acaba de inaugurar la más reciente adquisición de la Casa de la Música, un piano Steinway & Sons fabricado en Hamburgo, con unas características únicas, finamente acabado, sonido indescriptible, y sonoridades únicas. El legado más importante para la nueva generación de pianistas ecuatorianos y desde luego la razón ideal (la excusa perfecta) para invitar a pianistas de renombre mundial. Sin lugar a duda, este es el valor agregado que necesitaba la sala de Conciertos más importante de
Ecuador y una de las mejores de América Latina.