En el oficio de Tom Petty (Florida, 1950) se conjugan varios de los factores que al final del día han convertido al rock sureño en un género respetable e importante, dentro de la generosa e innegable tradición musical estadounidense. Por ejemplo, en este caso, el extraordinario, translúcido e irrepetible sonido de las guitarras Rickenbacker de 12 cuerdas. También su particular y ciertamente defectuosa voz nasal (la de Petty, claro, y por eso ha sido uno de los varios cantantes y compositores en ser moteados como ‘el nuevo Bob Dylan’), las letras proletarias y la suavidad de las armonías conseguidas a través del tácito legado de los Byrds (“el primer grupo norteamericano en rivalizar de manera seria con el dominio comercial que ejercían los Beatles”, según Jon Harrington). Petty es, por tanto, continuador de las prácticas generadas debajo de la línea Mason-Dixon.
Está también el elemento de que en realidad al que llamamos Tom Petty es una bien cohesionada y monolítica banda de rock -la de Tom Petty & the Heartbreakers, por supuesto- en el sentido de que Petty no podría funcionar sin sus leales y curtidos músicos y estos, muy probablemente, perderían toda razón y toda lógica sin su capitán y fundador. Y dentro de la banda -su calidad invariable, su estilo clásico, insumiso a modas, tendencias y a toda novelería- destaca desde hace décadas el guitarrista Mike Campbell, sobrio y ponderado, de bien ganada fama de no haber nunca tocado una nota en vano, altamente melódico y discípulo de Mick Taylor y Jerry García, por lo menos. Campbell no juega a pasar de virtuoso, aunque tenga todas las justificantes para serlo. Y, claro, más a la sombra el organista Benmont Tench, maestro de las teclas, amo y señor de un viejo Hammond, este órgano, sí, de estilo inconfundible, de reminiscencias litúrgicas, de notas temblonas.
Pero, también por supuesto, lo de Petty y sus consocios es la postura por la música atemporal, invariable y de buena calidad. Y, salvo por exitosos coqueteos con la tecnología y con la imagen de novedad en la época MTV, Tom Petty & the Heartbreakers se han mantenido creyentes y devotos a la vieja causa, apegados a las tradiciones del pantanoso sur: rock clásico sin mayores pretensiones de grandeza o de complicaciones, dos guitarras eléctricas, bajo, batería y órgano. Y, como otro crítico glosa, “aunque hayan subido a bordo nuevas influencias, la banda se ha mantenido fiel a la visión y a los ideales de su temprano héroe, el abuelito de la música estadounidense moderna, Woody Guthrie.” Es, así, el Petty que suena bien y sorprende desde hace décadas, el que voltea cabezas sin necesidad de artificios ni afectaciones, el que, como muchos de sus ídolos originales, cautivó primero a Europa y luego al resto del mundo. Tom Petty, confort sureño, extraño a actualidades y a entusiasmos injustificados, usufructuario más bien de las mejores pasiones musicales.