El martes 11 se dio bastante espacio al recuerdo del undécimo aniversario del atentado terrorista contra las Torres Gemelas, pero pocos se acordaron que también ese día se cumplieron 11 años de la aprobación , en Lima, de la Carta Democrática Interamericana.
Más de una década después, el balance no es de lo mejor: consiguieron más los terroristas que los cancilleres de las Américas reunidos en tierras peruanas.
Los efectos destructivos del golpe en NY han sido mucho mayores que lo contabilizado para el día de la propia tragedia. Imprevistamente, sin haberlo imaginado nunca siquiera, en pocas horas los estadounidenses tomaron conciencia de que no eran invulnerables. Cundió el pánico. Se hacía preciso castigar a los malos; demostrar que se seguía siendo el país mas poderoso del mundo y, también, había que empezar a “entender” que para tener “ una seguridad más segura” es necesario “ sacrificar” ciertas cosas.
EE.UU. se embarcó en una guerra sin sentido, inventada y con consecuencias aún más catastróficas que las del atentado terrorista. Como dijo Jorge Luis Borges de la invasión de Las Malvinas, también la guerra de Iraq tuvo algo de “huida hacia adelante”. Quizás fue algo así como una precipitada arremetida hacia no se sabía bien dónde, en la que primó más el miedo que la serenidad, más los halcones que las palomas, más la ira que el sentido común y en la que se entremezclaron intereses que poco tenían que ver.
Once años después, la economía de EE.UU. y del mundo desarrollado sufre lo que en gran parte son las consecuencias de lo que se hizo en aquellos momentos. Y con todo, no ha sido lo peor; en este tiempo los ciudadanos de EE.UU. han visto menguados sus derechos y libertades; su mejor imagen se ha ido desfigurando, como le ha ocurrido también a uno de sus buques insignias: la prensa. Muchos medios de información flaquearon, se “metieron” en la guerra, se dejaron persuadir por la causa patriótica.
Tampoco nada imaginaban de lo iba a pasar el entonces Canciller del Perú y hoy Presidente de la Corte Interamericana de DD.HH., Diego García-Sayan y el secretario de Estado, Colin Powell, quienes se habían juntado a desayunar aquella mañana del 11 de setiembre. Las noticias obligaron a Powell a volver de urgencia. Esa tarde, la Carta Democrática fue aprobada. Y no hay que abundar. En una región donde cada vez se respeta menos al Poder Judicial, donde la libertad de prensa es atacada continuamente y donde los mandamases “fuerzan constitucionalmente” su permanencia en el trono, reelección y abuso de poder mediante, la Carta solo ha servido para tapar esa realidad y darle alguna legitimidad, limitada por su muy alicaída credibilidad.