La derrota de Rafael Correa en las elecciones no fue un caso aislado. El Socialismo del siglo XXI y sus vecinos ideológicos parecen estar de capa caída.
Hay fatiga con el lenguaje tontiloco del chavismo. El péndulo se mueve en dirección opuesta.
Los sangrientos atropellos de Maduro son demasiado repugnantes.
Antes le sucedió a Cristina en Argentina, al matrimonio Zelaya en Honduras, al costarricense José María Villalta, al mexicano López Obrador y a Aníbal Carrillo en Paraguay.
El discurso estatista, hecho de quejas y confrontaciones, ya no convence, aunque todavía queden algunos parajes con tendencia a hacerse el harakiri.
Por ejemplo, quizá triunfe en El Salvador, donde Salvador Sánchez Cerén, comunista y exguerrillero de línea dura, encabeza las encuestas para los comicios del 9 de marzo. Eso augura una época conflictiva y de retroceso económico en el país centroamericano.
Sin embargo, Correa -quien más tiempo ha ocupado la presidencia de manera continuada en Ecuador- perdió 9 de las 10 ciudades más pobladas del país y la mayoría de sus provincias, pese al aumento monstruoso del gasto público.
Entre ellas Quito, la capital; Guayaquil, el corazón económico y Cuenca, la tercera gran urbe. Verdadero mazazo electoral.
¿Por qué Correa perdió esas elecciones, al margen de la tendencia latinoamericana a abandonar el chavismo? Su problema es el autoritarismo, su incapacidad para aceptar las críticas y el trato áspero para quienes lo contradicen, como ocurrió con aquella periodista a quien llamó “gordita horrorosa” en una rueda de prensa.
Como Salvador Dalí, que todos los días despertaba muy feliz por ser Salvador Dalí, Correa amanece tremendamente satisfecho de ser quién es, y no admite que un caricaturista o periodista -con razón o sin ella- le gaste una broma.
En lugar de comportarse como un servidor público, dispuesto a cumplir y hacer cumplir las leyes, acorde al ordenamiento republicano, Correa se jacta públicamente de desobedecer las reglas del Consejo Electoral y del Parlamento, por parecerles “obsoletas”.
¿Por qué el ciudadano común debe someterse a las leyes y el Presidente está exento de esa obligación? Correa lo explicó: como Presidente, él también era Jefe del Poder Judicial y del Legislativo.
O sea, el “déspota ilustrado”, dueño de las instituciones, como aquellos antiguos monarcas felizmente desplazados por la democracia liberal tras las revoluciones del siglo XIX.
Correa terminará su mandato en el 2017. Si no rectifica acabará siendo tremendamente impopular. Ya se le ve la oreja al lobo. Sería una pena.