Dos semanas atrás, una curiosa investigación del economista Seth Stephens- Davidowitz en The New York Times asegura que los ecuatorianos realizan por estos días el mayor número de búsquedas en Google relativas a pérdida del olfato que en cualquier otro país del mundo. Las búsquedas para “no puedo oler” son una diez veces más altas en el Ecuador que en España, aunque oficialmente nuestro país reportaba entonces más de diez veces menos casos de covid 19 per cápita que España. “Los ecuatorianos también se hallan cerca de la cima en las búsquedas de fiebre, escalofríos y diarrea”, señala el investigador e infiere que “los datos de búsqueda sugieren que Ecuador puede ser aún más epicentro de covid-19 de lo que informan las cifras oficiales”.
Los países que más casos registran de la pandemia en el mundo y, dentro de los EE.UU., los estados con mayor número de contagios, arrojan también altos índices de esas mismas búsquedas en Google.
Más allá de la pérdida de cualquiera de los cinco sentidos, existe otra pérdida de la sensibilidad, más grave aún y que no detectan los motores de búsqueda en la red. Este mal aqueja desde mucho antes de que se produjera la pandemia y afecta a numerosos protagonistas de la vida pública nacional. ¿Sus expresiones características? La carencia de empatía para entender la realidad que vive el país y una conducta que elige los intereses individuales, de partido o de grupo, antes que el bien general, aunque las circunstancias amenacen la vida de todos. En otras palabras, ausencia de solidaridad y de un horizonte moral en el comportamiento político. Esta insensibilidad es una de las explicaciones de la incapacidad de dirigentes políticos, sociales y gremiales para llegar a acuerdos.
Pocas crisis han sido tan graves como la que vive ahora el país. Por supuesto, en medio de ella, se revelan ejemplos de solidaridad para combatir la emergencia sanitaria, como los que dan los médicos, enfermeras y el personal de los hospitales, así como otros servidores que, a pesar de los riesgos y dificultades, desarrollan sus tareas en beneficio de la colectividad. Se muestran también loables iniciativas para crear fondos especiales y desarrollar acciones de ayuda a los sectores sociales más necesitados.
Pero la falta de sensibilidad se manifiesta en la oposición dogmática y cerrada a las medidas económicas propuestas por las autoridades. No, no se trata de negar el derecho a la crítica y a la discrepancia democrática, sino de exigir que, dada la magnitud de la crisis, sean viables la alternativas que se presenten a esas propuestas.
El rechazo al aporte para el fondo de ayuda humanitaria, por ejemplo, un urgente recurso transitorio para enfrentar la emergencia con una caja fiscal en soletas, evidencia esa crónica falta de sensibilidad.