Como ya habrán digerido la sobredosis de mermelada de pavo y abrazos de felicidad igualmente empalagosos, ahora sí hablemos la plena. Según todos los pronósticos, este año pinta color de hormiga. Para colmo, el turbio economista Pablo Dávalos, estratega de la Conaie, vaticina que repetirán octubre si Moreno focaliza el combustible.
¿Es consuelo de bobos recordar que el año 2000 pintaba mucho peor y logramos sobrevivir? En efecto, nuestros fondos estaban congelados, los bancos se derrumbaban, la inflación iba al galope, miles de compatriotas emigraban a España y Mahuad comparaba al país con el Titanic. ¡Inaudito!
La noche de ese 31, luego de haber visto por CNN cómo Europa recibía al nuevo milenio con luces, reinas, presidentes y estrellas de cine, tuve la peregrina idea de ir a la plaza Grande. Decepción total: el palacio de Carondelet estaba a oscuras, era la imagen misma del vacío de poder. Y cuando llegó la hora cero, uno de los cuatro gatos que andaba cerca, un pesquisa chispo, sacó el revólver, pegó un tiro al aire y me estrechó la mano. Qué reina Isabel ni qué fuegos artificiales sobre el Támesis: este era un país desvalido, con el capitán del Titanic meditando en algún retiro y sus ministros en Salinas o Casablanca, mientras los indígenas, dirigidos por Antonio Vargas, y los militares del coronel Gutiérrez organizaban tranquilamente el golpe de Estado.
Pero el 9 de enero (el jueves se cumplirán 20 años) sin ningún estudio serio, a la desesperada, Mahuad dolarizó la economía queriendo salvarse del naufragio. No lo logró: el 21 lo echaron y varios oportunistas se daban codazos para trepar al poder hasta que el Departamento de Estado llamó al orden (constitucional) a los militares y asumió el vicepresidente Noboa en el Ministerio de Defensa. Oh, milagro, las aguas se calmaron, la dolarización empezó a funcionar y la economía se reactivó con las remesas de los migrantes y el alza paulatina del petróleo. ¿Salvados?
No tanto porque otros economistas, entre los que empezó a destacarse un profesor llamado Correa, armaron foros para proponer, entre otras medidas redentoras, el no pago de la deuda (avalada, decían, por el diabólico FMI), el fin de la dolarización y el derrocamiento de Lucio. Tras el nuevo golpe, saltó Correa al Ministerio de Finanzas y luego a la Presidencia, pero la dolarización ya era intocable y nos protegió de un desastre peor.
Hoy, otro presidente débil, boicoteado por indígenas, correístas y socialcristianos, intenta medidas para financiar el presupuesto, mantiene una política exterior profesional y sensata y respeta la libertad de expresión. A ello se añade un contralor que no se dejó amedrentar por el fuego y una fiscal que necesita todo el apoyo en su lucha contra las artimañas de los sobornados. Si la justicia gana, será un buen comienzo de año.
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