Alfredo Astorga

Pelados en el crimen

Desolador. Niño de 14 retenido en Los Ríos. Niño de 13 sospechoso de degollar a un taxista. Niño de 13 acusado de asesinar a un policía. Niños de 13 coautores de un secuestro… Son los casos reportados, pero habrá muchos más. Recordemos las imágenes de niños marginales de Guayaquil ingiriendo alcohol y portando armas.

Llega a la memoria la película brasileña “Ciudad de Dios” y las violentas vidas de niños -Ze Pequeno y Mané Galinha- de una favela e Río de Janeiro. Y la sórdida historia de Fernando Hermosa -el “Niño del terror”- que a sus 15 asesinaba taxistas y homosexuales en Quito.

El reclutamiento de niños aumenta. La marginalidad es su caldo de cultivo. Provienen de familias disfuncionales y violentas. No estudian ni trabajan. Admiran a las pandillas porque les dan sentido de pertenencia, dinero, poder, droga, ascenso. Se prueban en oficios menores. Y ascienden, y para eso roban, matan, secuestran.

Para los pandillas, el reclutamiento de menores resulta un buen negocio. Están a la mano, cumplen reclusiones cortas. Cobran menos, son temerarios y fieles y defienden a las bandas por sus aspiraciones de ganarse un puesto en ellas.  

Mano dura claman algunos. Reducir la edad de imputabilidad, crear nuevos delitos, aumentar las penas. No faltan los calificativos denigrantes: niños sin remedio, dañados para siempre… Que se pudran en las prisiones… Estas posturas, sin embargo, solo potencian los problemas. La marginalidad seguirá proporcionando mano de obra barata para estas organizaciones. No resulta eficaz y castiga a los más débiles.

Momento de atacar las causas estructurales. Atender zonas olvidadas con acciones totales: protección a familias, servicios, empleo, escuelas, salud, arte y deporte, seguimiento a los vulnerables. Ofensivas focalizadas del estado y aliados, empresas, ong, iglesia, gads, cooperación. Hay que eliminar el pretexto y la ocasión. Y solo cuando se justifique, recluir con sentido humano y de rehabilitación. Somos parte del problema y la solución.