Lunes 3 de julio, 19:05. El Trébol. Los pitos de filas de buses ensordecen a los peatones, las personas corren para subir a las unidades de transporte público que van al sur, al norte o al valle de Los Chillos. En una parada, apenas iluminada, un grupo de personas espera por un bus.
El martes 4 de julio, en la mañana, el caos de El Trébol se traslada a otro punto de la ciudad. Recorrer el tramo de la calle Ladrón de Guevara, desde el redondel Brasilia, frente al Coliseo Rumiñahui, hasta la 12 de Octubre, que no son más de 500 metros, toma casi 10 minutos. El tiempo se extiende cada noche cuando uno se dirige a la avenida Velasco Ibarra. Son minutos perdidos, muertos.
Trancones del tránsito se viven a diario a lo largo de la capital, mientras la desesperación de los conductores y de los pasajeros de buses aumenta con cada frenada o con el siguiente pitazo de los vehículos.
Escribo esto para graficar, a breves rasgos, lo que vivimos decenas de miles de personas que usamos el transporte público. El servicio es, en resumen, un desastre.
También escribo porque la movilidad y transporte es uno de los parámetros que se toman en cuenta en el listado de las ciudades inteligentes, elaborado por la Escuela de Negocios de la Universidad de Navarra. En ese ránking se toman en cuenta indicadores como economía, habitantes, medioambiente, cohesión social, planificación urbana, gobernanza y participación urbana, gestión pública, tecnología y proyección internacional. En ese listado, Quito se ubicó este año en el puesto número 130 entre 180 ciudades. La ciudad está de la mitad, para atrás.
El dato toma relevancia cuando hoy en día se habla de las ‘smart cities’ o ciudades inteligentes, tanto como de temas ambientales, de inclusión social o de solidaridad.
A los usuarios del transporte público talvez poco o nada les interese ese listado que desnuda las carencias de la capital. Pero si les preocupa un transporte digno y seguro. Y eso es tarea de las autoridades de la ciudad. ¿Es Quito una ciudad inteligente?