Las miradas del país nuevamente están encima del precio del petróleo. El precio del barril de crudo atraviesa una caída evidente y constante, al menos desde el pasado 23 de febrero. Ese día el WTI se ubicó en USD 54,45.
Pero desde entonces es notoria una caída. Para el 14 de marzo el precio bajó hasta USD 47,72 aunque ayer se recuperó y cerró en USD 48,86.
Basta ver un gráfico para advertir que la caída es pronunciada y que todo esto tiene efectos en los ingresos que recibe el Ecuador por el ‘oro negro’ (o para algunos el ‘santo’ que permitió el llamado milagro ecuatoriano en años pasados).
El bajón en el precio activa las alarmas y las proyecciones no son alentadoras. Reportes internacionales, como el Oscilador McClellan, creado en 1969 y muy apreciado en el mercado petrolero global, señalan que el desplome de los precios será sustancial y que los operadores deberán esperar meses para entregar el crudo a precios más altos.
Este mismo informe añade que lo más probable es que los precios del crudo caigan durante un tiempo.
A esto se suman las dudas que genera la política de Arabia Saudita y sus intenciones para respetar el pacto de reducción de la producción adoptado por la Opep, meses atrás. Y para completar la situación está el hecho de que las reservas de petróleo de EE.UU. -que ya estaban en niveles récord- aumentaron en estos días.
Muy lejos están los tiempos del petróleo valorado en alrededor de USD 100, cifra histórica que permitió financiar el fisco e impulsar la obra pública del actual gobierno. Y la economía del país lo siente día a día.
Los planes de este gobierno para exportar derivados, primero, y para buscar nuevas fuentes de divisas, después, fueron palabras que se las llevó el viento. La dependencia del crudo se mantiene y los hechos no dejan pensar que el panorama cambie pronto. Es un desafío y, al mismo tiempo, una oportunidad para el próximo gobierno.