De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua, se conoce como pasquín a todo “escrito anónimo que se fija en sitio público, con expresiones satíricas contra el Gobierno o contra una persona particular o corporación determinada”.
El origen de la palabra parece estar vinculado a la estatua romana de Pasquino, un personaje del siglo XVI del que se dice habría sido zapatero o maestro, con excelentes dotes para la crítica satírica. La estatua que corresponde a un gladiador romano habría tenido un parecido físico extraordinario con Pasquino y, por esta razón, sus alumnos (o clientes) la utilizaron durante mucho tiempo para colgar allí sus mensajes anónimos.
También se comenta que el primer pasquín colgado en aquella estatua iba dirigido al Papa Urbano VIII, miembro de la encumbrada familia Barberini, por haber ordenado fundir bronces artísticos para fabricar cañones. El texto habría sido el siguiente: “Lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini”.
En todo caso, al margen de la anécdota real o ficticia, la palabra pasquín ha cobrado inusitada importancia en los países hispanohablantes, tan aficionados a la injuria y al cotilleo sin dejar huellas del autor entre sus pillerías.
Por supuesto es la política el campo de acción preferido para lanzar pasquines y enlodar la reputación de unos y otros. Los avances tecnológicos han dado paso a nueva forma de pasquines audiovisuales que se difunden en la red con velocidad inimaginable y alcanzan su pérfido objetivo de ofensa y descrédito a un universo mucho mayor. Twitter, Facebook, YouTube, Web, y las distintas redes sociales, están plagadas de cobardes que, amparados en el anonimato de nombres e identidades falsos, divulgan información tendenciosa –casi siempre falsa- de antagonistas y opositores.
Una campaña política pobre de contenido como la que se lleva en el Ecuador durante estos días es el foco infeccioso natural para la aparición de pasquines.
También lo es, por supuesto, la agresividad y confrontación permanente del Gobierno con la oposición y viceversa.
La ausencia de diálogo, propuestas y debates nos conduce a soportar esta campaña sucia y plagada de mediocridad en la que los aplausos y los votos se disputan, en la mayoría de los casos, bailando o cantando en la tarima, levantando costales, invocando a sus dioses, insultando y descalificando, regalando bonos, calcomanías y camisetas, sonriendo como hienas, abrazando y acariciando cabezas que, en otras circunstancias, jamás se atreverían a tocar.
Y es que así es nuestra política: inculta, desaseada, folclórica y pasquinera.
Y si de pasquines se trata, en campaña o fuera de ella, ignórelos.
Los ataques anónimos son la prueba irrefutable de que su autor es un cobarde y tiene miedo.