Ernesto Albán Gómez

Pasillos: nostalgia e inquietud

Marco Antonio Rodríguez, vecino de columna, gran amigo y brillante escritor, nos ha recordado en sus últimos artículos los orígenes de la música ecuatoriana y se ha detenido, como es obvio, en su expresión más característica: el pasillo. Estoy plenamente de acuerdo. El pasillo es: “Arrebato y enardecimiento. Camino escarpado con final sombrío. Pérdida y clausura. Exaltación y desvarío, el pasillo, otrora fiel compañero de amantes, bohemios y serenateros, sigue transgrediendo el irrevocable paso del tiempo”.

Mi inquietud se refiere precisamente al irrevocable paso del tiempo. Para quienes hemos superado la barrera de los ochenta años, el pasillo sigue siendo un fiel compañero; y, posiblemente, dirán lo mismo los mayores de setenta, sesenta y hasta cincuenta años. Pero ¿qué pensarán los menores de cincuenta y los más jóvenes? Me temo que no repetirán las mismas palabras. Tal vez alguno recuerde haber oído casualmente un pasillo en su infancia o en alguna reunión de parientes en la que se escuchaban viejas canciones para satisfacer los pedidos de los mayores.

Se me dirá que eso pasa con todas las expresiones de cultura que corresponden a momentos y situaciones de la vida social, muchos de las cuales se conservan casi como una reliquia entre algodones y naftalina.

Me niego a tal pronóstico. Espero, anhelo, que el pasillo logre superar el efecto demoledor del tiempo, que sigamos recordando a sus creadores y a sus intérpretes y continúen emocionándonos los versos que la música ha convertido en recuerdos.

Y como soy un aficionado reincidente a confeccionar listas, ahí va una con algunos de mis pasillos favoritos: Ángel de luz, Como si fuera un niño, El aguacate, Esta pena mía, Invernal, Lamparilla, Rosario de besos, Sendas distintas, Sombras, Tú y yo.

Querido lector: haga su lista, agregue diez pasillos más,  incluya o excluya los aquí señalados; pero, sobre todo, conserve en su corazón la nostalgia que nos han dejado a lo largo de la vida.

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