Lo que estamos espectando es una demostración flagrante de nuestro subdesarrollo político, que nos llena de vergüenza y que desnuda la calidad moral de la actual política ecuatoriana.
Para hacer esto es que acabaron con la partidocracia que, más bien que mal, ejercitó la política con un considerable grado de transparencia.
Cuatro gobiernos se sucedieron desde 1979 a 1996 que terminaron sus períodos normalmente, en donde predominaron las ideas, la definición ideológica, las visiones distintas frente al destino del país, y, en algunos casos, demostrando que sí era posible ejercer la política decentemente.
Luego sobrevino una descomposición moral, la irrupción de grupos improvisados que aplicaron un populismo corrupto que desestabilizó al país.
Quienes se apuraron en hacer una nueva Constitución creyeron que un partido se hace con la simple recolección de firmas, en donde consciente o inconscientemente los ciudadanos suscriben sin saber por qué ni para qué. La mayoría de la gente al firmar adhesiones políticas lo hace sin compromiso, incluso hace rúbricas y no firma como lo hace cuando suscribe un cheque, por ejemplo. Ahora sabemos que los partidos y movimientos falsificaron las firmas para cumplir con exigencias inútiles, lo que ha devenido en una burla a la ciudadanía, propia del lumpen político. (Cuando me afilié a Izquierda Democrática me enteré de sus ideas, me dieron un carné cuando firmé una ficha que fue computarizada en el padrón electoral del partido, que incluso sirvió para las primarias que se efectuaron dentro de él).
Hecha la ley hecha la trampa. Por lo que se ve todos los partidos han incurrido en esta falta, ya que los políticos no son ángeles. Ahora es prácticamente imposible que el chequeo tecnológico o manual certifique bien que una firma es válida, como hacen algunos bancos cuando requieren la huella digital para comprobar si el firmante es real y efectivo. Entonces el muestreo que se está haciendo ahora al apuro no sirve porque está sujeto al criterio de personas neófitas que pueden ser fácilmente presionadas.
Aquí nadie se salva de culpa, ni los partidos infractores que presentaron firmas falsificadas ni el Consejo Nacional Electoral que no fue capaz de controlar.
Ahora no cabe dilatar las elecciones pues sería una fuente de inestabilidad, sino tomar una decisión política para ponerse de acuerdo en un camino flexible y no restrictivo que viabilice, con vergüenza, una elección presidencial, para más tarde corregir este sistema a base de la eliminación de los partidos o movimientos políticos que no tengan un mínimo de votos en dos elecciones sucesivas, pues la perdurabilidad de los partidos y movimientos políticos no se medirá por la cantidad de firmas sino por la cantidad de votos.