Enfoque Internacional *
Que los miembros del Comité del Paro estén considerando ponerle punto final no es un acto de generosidad ni de sensatez. Tampoco están en ese plan porque les preocupe la disparada del covid en todo el país como consecuencia de las aglomeraciones causadas por las marchas.
Lo hacen por simple realismo. Las manifestaciones que programan los miércoles son cada vez más lánguidas. En la que recorrió el oeste de Cali el miércoles pasado no participaron más de 20 personas. O sea, que es mejor suspender esas marchas antes de que se extingan por sí mismas.
De todas formas, al cabo de 43 días de paro, el daño está hecho. Se habla de más de 50 muertos y centenares de heridos entre policías y manifestantes. Y los cálculos sobre las pérdidas económicas se cifran en unos 10 billones de pesos.
En el Valle y Cali los efectos del paro, y en especial del vandalismo y de los bloqueos, han sido desoladores. Las empresas más importantes de la región, léase las que más empleo generan, tuvieron que cerrar más de un mes y parar su producción. Otras empresas, de mediano tamaño, fueron vandalizadas y tuvieron que cerrar sus puertas, con la consecuente pérdida de puestos de trabajo.
Varias zonas de Cali parecen haber sido escenario de una guerra: semáforos derribados, estaciones del MÍO ( transporte público) arrasadas, negocios destruidos, cámaras de seguridad inutilizadas. Sus estaciones vandalizadas, buses quemados, toda su infraestructura semidestruida. Y es que, paradójicamente, los más afectados con el caos que padeció la ciudad durante estos días fueron las personas de escasos recursos, por quienes decían luchar los organizadores del paro.
La elevada de los precios de los alimentos, que se produjo como consecuencia del desabastecimiento que padeció la ciudad, los afectó en especial a ellos. Además, a los pocos empleados cuyas empresas no cerraron les costaba un trabajo tremendo llegar. Y los que viven del rebusque se quedaron sin clientes porque la gente no salía por físico pánico a la calle. Este paro no deja sino perdedores. Perdieron sus promotores porque la mayoría de la gente terminó detestándolos. Y porque perdieron el control de la protesta. Perdió la Policía no solo porque muchos de sus hombres resultaron heridos sino porque además su imagen resultó deteriorada por los excesos de unos pocos y por la labor que se hizo en la redes sociales. Perdió también la democracia porque una protesta que debió ser civilizada degeneró en un caos de vandalismo y violencia sin precedentes.
Desde la comodidad de sus oficinas bogotanas algunos intelectuales afirman que el logro del paro fue sensibilizar a los colombianos acerca de las inequidad reinante en el país. ¡Pamplinas! a mi me sensibilizan más las imágenes de niños muriendo de hambre en Guajira, que ver a unos vándalos destruyendo una estación del MÍO. Me temo que los sentimientos que nos dejó este paro fueron los de rabia, impotencia y frustración. Y, claro, una enorme preocupación sobre el futuro de este país.* Tomado de El País de Cali.