El canciller (e), Xavier Lasso, no debió pasar un buen momento en la inauguración del III Congreso Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales que organiza la Flacso. Los gritos de libertad para los presos durante las movilizaciones de agosto repercuten en cualquier gobierno. No hubiera sido raro que sociólogos o antropólogos repitieran esa consigna a un representante del Estado en un momento conflictivo de la política nacional.
Su cauta respuesta encerraba una paradoja. Poco antes del grito que irrumpió desde el auditorio, Lasso “lamentó” la primera huelga que organizó cuando estudiaba en la Flacso. Pero en muchos disgustó que dijera que llegó a la inauguración no para desafiar sino también para permitir estas manifestaciones.
La paradoja radica en que se había referido al puertorriqueño Óscar López Rivera, quien lleva 34 años como detenido político en Estados Unidos. Se acaba el mes y las secuelas de agosto quedan, así como todavía hay detenidos. Y a estos les corresponde un adjetivo: ‘políticos’. A los detenidos de agosto se los acusa de violentos. Lo mismo valdría para López. Se lo condenó, según la justicia, por conspiración sediciosa, uso de la fuerza para cometer robo y conspiración para transportar explosivos con el objetivo de dañar propiedad gubernamental.
Las posiciones a favor y en contra de López son imaginables: para unos es un terrorista; para otros, un luchador del anticolonialismo y por la independencia de Puerto Rico.
Se trata de la defensa ideológica que les otorga la superioridad moral de considerarse poseedor de la verdad. Bajo esa perspectiva, todo es válido. Mientras la clase media es “peligrosamente violenta”, en palabras del Canciller (e), no lo será aquel puertorriqueño -¿también clase media?-, que transporte explosivos con fines políticos.
Una causa por encima de otra. Pero en ese sentido vale más la paradoja del poeta peruano César Vallejo: “¿Dónde está aquello tan importante que dejase de ser su causa? /Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa”.