Finaliza el año y es bueno evaluar los indicadores sociales de nuestro continente, porque los económicos dejan mucho que desear.
La CEPAL proyecta una pobreza de 32,1% y una extrema de 13,1%, representando un retroceso, pues 15 millones de personas han caído en la pobreza y otros 12 millones en extrema pobreza.
La desocupación también ha aumentado, afectando especialmente a las mujeres, subiendo de 9,5% a 11,6%.
Lo más negativo lo encontramos en la educación, dada la larga interrupción de las clases presenciales, lo que exacerba las desigualdades.
Aunque la pandemia retrocede, los desafíos sanitarios siguen. El enclaustramiento ocasionó un incremento de enfermedades relacionadas con desórdenes mentales.
Aunque la mayoría de la población contó con dos dosis de vacunación, la tardanza y la desigualdad en el acceso a ellas ocasionó mucha mortandad, que pudo atenuarse si hubiera habido mayor cooperación regional.
Otra constatación es que la pobreza en menores de 60 años es más alta en mujeres que en hombres, y que entre los jóvenes hay mayor pobreza que entre otros grupos etarios, particularmente entre los indígenas y afrodescendiente.
En 8 de 12 países de la región, más del 60% de la población pobre menor de 18 años no tiene conectividad a internet, generándose otra brecha.
El porcentaje de jóvenes entre 18 y 24 años que no estudia ni trabaja aumentó de 22% a 28%, afectando más a las mujeres.
Asi, la región enfrenta una grave crisis social, siendo prioritario invertir más en educación, para asegurar un crecimiento inclusivo.
Para ello, se debe volver a la presencialidad, recuperándose la emocionalidad de los estudiantes, revinculando a los que abandonaron sus estudios, repensando las competencias necesarias en la formación, aprendiendo de las innovaciones, y maximizando el aprovechamiento de la revolución digital.