En tiempos de la partidocracia, un abogado llegó de una provincia lejana en la camada bucaramista para formar parte de la Corte Suprema de Justicia. Me habían encargado una entrevista con el magistrado y la primera pregunta fue acerca de la trayectoria que debe seguir un abogado de la República para llegar al máximo tribunal de justicia. Hizo un gesto que no supe interpretar si era vanidad o modestia y me respondió: verá, yo trabajé duro y desinteresadamente en la campaña electoral del partido, con plata y persona, como se dice; le pedí la candidatura para la alcaldía, pero don Asaad me dijo: “compañerito, no le puedo dar esa candidatura porque ya la tengo ofrecida a otra persona, pero no se preocupe, a usted lo voy a necesitar en Quito”. Terminó la campaña y todos se fueron a la capital, siguió relatando el magistrado, yo creí que me habían olvidado, pero un día recibí la llamada de don Buca para decirme: “compañerito, véngase a Quito que lo necesito”. Vine a Quito, y me nombraron Juez de la Corte Suprema de Justicia.
Ahora ya no se dice “compañerito” sino “compañero”; ya no vienen de provincias lejanas sino de universidades lejanas con títulos de cuarto nivel; ya no hay partidos sino movimientos. Todo lo demás sigue igual. No importa si es por designación, concurso o sorteo, siempre resulta elegido el que lleva “in pectore” el líder. La lealtad sigue siendo la virtud más valorada. Los que llegan ya saben adonde llegan y para qué . Nada de ilusiones, nada de agendas propias, nada de nada. Continúa la intromisión en la justicia con el mismo argumento irrebatible: “las cosas no pueden seguir como están”.
El anuncio presidencial de que va a “meter mano en las cortes por el bien del pueblo ecuatoriano”, es tan inverosímil que hasta los más devotos presienten que se pretende darles a comulgar con ruedas de molino. Para qué meter la mano en la justicia si puede sacar las castañas del fuego con mano ajena, la del quinto poder. Según la Constitución de Alianza País, el Consejo de la Judicatura debe ser integrado por el Consejo de Participación Ciudadana, y ese Consejo ya dio muestras de lealtad y devoción al Ejecutivo.
La oposición va al debate con la incómoda sensación de que va tras el señuelo, que el debate no busca resolver, aclarar o descubrir algo sino encubrir lo que no se quiere que llegue a la opinión pública: la situación económica, las emergencias, el desempleo, la delincuencia, la policía.
Los adversarios no podrán eludir el debate aunque tengan la sensación de que son utilizados en una campaña electoral temprana que sirve para todos los propósitos, menos para el buen gobierno. Los partidarios, aquellos que han hecho proezas para defender hasta lo indefendible, verán que tiene razón A. Vargas Llosa cuando dice que los líderes populistas son como palomas de campanario, ensucian a los fieles.