Columnista invitado
Antes de la palabra hubo arte. El ser humano arañaba en las cavernas para grabar su testimonio del vivir sin comprender por qué la naturaleza era indócil y caótica, los impulsos del instinto, el enigma de la cópula, la enfermedad, la vejez y la muerte, pero también la alegría propia del paraíso terrenal, pasado o por venir, como lo advierte Baudelaire -según lo imaginemos como teólogos o políticos-; pero también aquello de Heidegger percibido en forma primitiva y lejana: ¿qué es ser y qué clase de ser tenemos?
Este es el diálogo primigenio del ser humano. Consustancial a él, emergido de su naturaleza íntima, lo que le distingue de los primates. ¿Qué acontecería sin diálogo entre seres humanos? Nadie puede responder semejante absurdidad. El orate que va de un lado a otro hablando consigo mismo entabla su propio diálogo con los nebulosos espejos de sus otras personalidades.
El diálogo es uso y ritual, práctica y rutina, hábito arraigado en la sustancia de los seres humanos. Toda plegaria entraña diálogo.
Monjes insumidos en el silencio y retirados del mundo dialogan con su dios. El imposible no existe, dice Santayana, es aquello que nos toma un poco más de tiempo para lograrlo. El diálogo es la más eficiente y eficaz estrategia para que esto ocurra, concluye.
El poder del diálogo es axiomático. Abre portillos en las tinieblas de los seres humanos. ¿Cuánto mejores seríamos si pudiéramos dialogar sin reticencias? ¿Cuánto mejor sería el camino de la humanidad? Diálogo con los otros, diálogo con quienes piensan igual y con quienes piensan diferente. Los opuestos pueden discurrir sobre sus ideas; al oírlos, podemos modificar las nuestras, atenuarlas o consolidarlas. Podemos volver a pensar en lo que creíamos que era cierto. Analizar, ampliar, incluir, repensar, develar nuestros errores y deslices.
La philia para los griegos tenía una significación abundante, pero la axial connota afecto. Si un diálogo se funda en la philia, el resultado deviene en prodigio. Pero en los pliegues de la historia siempre habrá asuntos ominosos, propios de la insondable condición humana. Fundamentalistas, dictadores, xenófobos, genocidas… han logrado dialogar. Humano por antonomasia el diálogo siembra y crea.
Churchill, uno de los artífices de la paz de la Segunda Guerra Mundial, confesaba que, cuando estaba a punto de desfallecer en los eternos diálogos, escuchar a los contrarios lo vivificaba.
El pueblo ecuatoriano se acostumbró al monólogo de un mandatario cuyo autoritarismo será juzgado por la historia. El actual ha convocado a un amplio diálogo nacional. Decisión sabia, perentoria y compleja. Condigna de un ser humano cuyos talentos conozco desde el decenio de los setenta del siglo XX. El ser humano que no ha sido probado por el dolor nada sabe y nada vale, reza un apotegma de Jacques Maritain. Añado que quienes pasan por ese trance tienen dos opciones: hacinar amargura o colmar la anchura de su espíritu. Lo segundo define y contiene al nuevo presidente.