Los recientes procesos judiciales (Francia, Australia) en contra de algunos miembros masculinos de la Iglesia Católica de alta jerarquía, que han abusado de menores durante años o que han encubierto estos hechos, traen nuevamente al imaginario la vinculación entre esta práctica perversa y homosexualidad.
Principalmente, porque la mayor parte de demandantes o víctimas -adultos que han tenido que vivir con esta carga llenos de angustias, culpas y depresión- son hombres que decidieron contar su historia años después de haberla vivido.
Vale recordar que las alarmantes denuncias de los años 90 del siglo pasado (Estados Unidos), evidenciaron que, en su mayoría, los niños y adolescentes violentados eran de sexo masculino.
En el Ecuador, la historia es similar. No obstante, es clave enfatizar que, aunque casi todos los hombres que acosaron sexualmente a menores probablemente han sido o son homosexuales, ello no quiere decir que las personas con esta naturaleza sexual sean abusadoras o propensas a violentar a menores. Es necesario que tal imaginario no se perpetúe.
La perversión, desde ningún punto de vista, está relacionada con la diversidad sexo-genérica. En varias ocasiones, en distintos países, los colectivos Lgbti han protestado cuando se ha ligado lo perverso, lo criminal o la delincuencia con lo diverso.
Los abusadores, como se constató en 2017 al estallar los cientos de casos ocurridos en escuelas públicas y privadas del Ecuador, han sido igualmente heterosexuales. Las niñas victimadas engrosaron la lista.
Pero, ¿por qué esta alerta? Uno de los términos que más se ha utilizado para nombrar a los agresores ha sido pederastia, además de pedofilia, vocablo que, por cierto, no se refiere a una práctica sexual, sino a una atracción erótica hacia menores por parte de personas mayores. De allí que su uso no es precisamente el correcto, si bien la línea que separa del abuso sea muy frágil.
La reciente cumbre vaticana sobre esta problemática, liderada por el papa Francisco, expuso oficialmente la palabra “Pederastia”. El vocablo, que tiene su origen en la época Griega (paiderastía), hacía referencia a una suerte de institución oficial en la cual eran cotidianas y aceptadas las relaciones entre hombres mayores (erastés) y adolescentes (erómenos) en un contexto específico. El erastés constituía una suerte de tutor del menor.
Estas formas de relacionamiento eran muy importantes para el sistema educativo de entonces y presentaban distintas variaciones.
Es decir, en un principio el término pederastia no estaba relacionado con un hecho criminal. Mucho menos con el silencio. Con los siglos la palabra mudó de significación. Es sano conocer su historia para evitar confusiones. Y, sobre todo, para que esta práctica delictiva (y trastorno) se desvincule de las personas homosexuales.
Columnista invitado