Es imposible analizar el llamado del Presidente de la Republica a un pacto ético al margen de la desesperación en que ha caído el oficialismo. Ya lleva varios meses en que todos los tiros le salen por la culata.
En lugar de una ofensiva política, el correísmo parece estar negociando su retirada. Eso, al menos, es lo que se deduce de sus más recientes iniciativas.
La entrega de la construcción del puerto de Posorja al grupo de Isabel Noboa, quizás la más conspicua representante de la rancia oligarquía ecuatoriana, evidencia una recomposición regional de los poderes económicos.
La respuesta a la crisis se define a través de un acuerdo estratégico a la vieja usanza: puro pragmatismo.
Con esta movida se deja la puerta abierta para que los grupos empresariales que se han constituido a la sombra del correísmo aseguren futuros negocios. Las fortunas amasadas desde el poder político requieren de una legitimación social por lo alto. En ocho décadas de populismo los ecuatorianos hemos visto demasiado como para no darnos cuenta.
Pero si el pacto del gobierno con los grupos oligárquicos no requiere de mayor demostración, el arreglo con la derecha política es menos obvio. O más calculado. La dificultad para develarlo es que de por medio hay una retórica agresiva que el oficialismo debe mantener hasta el final, para guardar las apariencias frente a sus seguidores internos y externos.
Contrariamente a lo que se insinuaba, la propuesta de consulta popular sobre los paraísos fiscales ha terminado por favorecer a Guillermo Lasso; es decir, a quien el régimen supuestamente quiere perjudicar. No solo le ha dado tarima, sino que poco a poco lo ha convertido en víctima de la discrecionalidad del poder. A ojos de los electores aparece como mártir de una ruin dedicatoria. Mejor propaganda no podía esperar.
Con su arremetida en contra del candidato de CREO, Correa ha logrado lo que Lasso no pudo por sí solo: empujar un techo electoral que le pesaba más que loza de concreto.
¿Otra metida de pata del gobierno? Poco probable a estas alturas. La ratificación de la recesión por parte de la CEPAL, y el vertiginoso deterioro de la popularidad presidencial, reducen cada vez más la posibilidad de continuismo.
En tales circunstancias, los pactos no solo constituyen una angustiosa opción para Alianza País, sino una necesidad. Una tabla de salvación. Y de éticos no tienen nada, porque son inconsecuentes y solapados.
Bien haría el gobierno en hablar de pactos a secas, y dejar la ética de lado. Dejar de manosearla.
La ciudadanía sabrá calificar esos pactos con su proverbial ingenio: de la regalada gana, contra natura, de trastienda, etcétera. Aquí se trata de política pura y dura. Es decir, de intereses. Y las nuevas fortunas verde flex tienen mucho que preservar.