Sé que es muy importante lo que está en juego, pero también tengo mis límites. Así que, para escapar de la propaganda oficial y de los gestos prepotentes y la sonrisa sarcástica de un presidente que ha ejercido el poder como un bacán de barrio, me dediqué a ver los trabajos de Pablo Larraín, el estupendo director chileno de ‘Jackie’, película que estuvo nominada a tres premios Oscar este año.
Da gusto que un sudamericano vuele tan alto; y eso ocurre desde el 2012, cuando ‘No’ ya fue nominada al Oscar a mejor película de habla no inglesa. Quienes la vieron recordarán que Augusto Pinochet, otro dictador que anhelaba perpetuarse en el poder, había convocado a un plebiscito con la certeza de que iba a ganarlo gracias a las habituales artimañas y a que obviamente se creía irremplazable. Pero, luego de una excelente campaña electoral, la mayoría de chilenos le dijo que no. Y fue un acierto de Larraín haber conseguido que Gael García Bernal interpretara al joven y brillante estratega que diseñó y condujo esa publicidad que, en lugar de chapotear en el pasado, apuntaba a un futuro distinto.
Acto seguido y con guión propio, Larraín se enfocó en la hipocresía de la Iglesia. Así, ‘El club’ muestra a un grupo de curas pederastas y hasta confesores de la dictadura que han sido enviados discretamente a una especie de refugio en una humilde caleta de pescadores. Los padres la están pasando de agache hasta que una de las antiguas víctimas los identifica, hay un suicidio y la jerarquía interviene. Entre otros premios, la película, limpia, cortante y de bajo presupuesto, ganó en Berlín el Gran Premio del Jurado del 2013.
Derrochando talento y energía, el joven director abordó luego dos proyectos casi simultáneos y complementarios. Enfrentó primero a un monstruo sagrado, Neruda, a quien bajó del pedestal con un estilo picaresco, devolviéndole muchos rasgos contradictorios, aunque tomándose demasiadas licencias con el detective que lo persigue y que nuevamente luce el rostro de García Bernal. Todo sucede en ese Chile de 1948 que otra vez nos sirve de espejo pues el presidente González Videla, quien subiera al poder con el apoyo de la izquierda, empieza a perseguirla. Entonces, el senador comunista Pablo Neruda lo acusa de traidor y emprende la huida al tiempo que va escribiendo sus Cantos Generales. “Magistral retrato de una figura pública ‘desafinada’, rebosante de paradojas”, dirá El País.
Sin embargo, yo prefiero la recreación de Jacqueline Kennedy en su hora más dramática, con la sangre de su marido manchándole el traje sastre y lanzándola a la gloria. Aquí, Larraín se ajusta más a los hechos y, con la complicidad de una Natalie Portman en estado de gracia, presenta diversos ángulos de una primera dama consciente de que cada uno de sus gestos y la puesta en escena del funeral marcarán para siempre la historia de Estados Unidos. Y harán que Hollywood continúe hablando de ella.