Tema peliagudo. Si no fuera porque afecta la vida de tantos millones de personas, que cada uno crea en la divinidad que quiera y santas pascuas. Pero son las teocracias como Irán, las monarquías descuartizadoras como Arabia Saudita y los fascismos de diverso pelaje los primeros que hablan en nombre de Dios e invocan su ayuda para ganar guerras y elecciones, o llevar a cabo actos terroristas y limpiezas étnicas o políticas de infieles de color rojo.
Hablando solo del Dios católico (que es el único verdadero como me enseñaron las monjitas del Stella Maris) surge el glorioso ejemplo del general Francisco Franco, quien se autonombró Caudillo de España por la Gracia de Dios y desató la carnicería de la guerra civil con el respaldo de Hitler, Mussolini y la iglesia católica, firme a su lado durante 40 años, cuando la consigna era ‘rojo que vuela, a la cazuela’. Luego vinieron las dictaduras militares que tanto admira el capitán Bolsonaro, quien no reprocha a Pinochet haber torturado a 30 000 personas, sino que quedaran con vida.
Hoy, Bolsonaro acaba de ganar las elecciones con la versión brasilera de Deutschland über alles y Make America great again, bajo el manto de un Dios todopoderoso a quien agradeció tomado de la mano de un pastor evangélico. Me dirán que Dios no se mete en los asuntos humanos, suponiendo que realmente exista. Pero ese no es el punto. Pregunté a un jesuita: ¿Y si Dios no existe? Respondió que esa era una pregunta muy europea, que el pobre del suburbio latinoamericano lo que se pregunta es para qué le sirve Dios.
Brillante explicación de la necesidad de un Dios, aunque peligrosa pues lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Al marginal del suburbio le ayuda a dar sentido a su existencia y al despiadado mundo que le tocó en suerte, pues le crea la ilusión de que hay un ser todopoderoso que puede administrar justicia o, como Yahvé, venganza. Mecanismo perfecto para los grandes abusivos que en el mundo han sido, desde los incas y los faraones que se reclamaban hijos de Dios, hasta el flamante Bolsonaro que impulsará la industrialización de la Amazonía, lo que significa la eliminación de los pueblos no contactados cuyos ídolos selváticos son incapaces de protegerlos de este Dios neoliberal.
Cuando Bergoglio fue elegido papa, un papa peronista como lo definió Martín Caparrós, se dijo que Dios era argentino. Pero aunque les duela a los compatriotas de Maradona (otro auténtico D10S) ser argentino, peronista y católico tampoco alcanza para frenar al Trump verde-amarelho aliado con el verdadero Trump, quien tiene contacto directo con las alturas pues el Dios del Capital prefiere que lo invoquen en inglés, como en la frase que repiten los billetes: ‘In God We Trust’. Menos mal que estamos dolarizados. Algo nos caerá de relancina.