Hace 12 años la familia Al Thani, dueña de Catar, se compró un Mundial de fútbol, el más fastuoso de la historia. Los sobornos a dirigentes adornaron la estrategia. También las prácticas inhumanas a inmigrantes que construyeron estadios de ensueño. Que estarán vacíos desde enero…
La institución del Mundial, y su inmensa operación comercial, aprovecha y responde a una pasión vital por el fútbol. Un hechizo que se riega en todos los rincones. Una expresión cultural que cruza todo, todos los países, razas, segmentos económicos, colectivos sociales. No hay otra de esta magnitud. Muy pocos escapan al embrujo.
Y entonces, de la mano de negocios y publicidad, crece el vértigo hasta el paroxismo. Torneos regionales con la mira en Catar. A cualquier precio, como lo demostrara Chile. 32 selecciones en pasarelas de lujo se alistan para su consagración. Para cambiar el rumbo de numerosas vidas.
La Tri es mucho más que 26 estrellas. Encarna una unidad, una confianza, una ilusión y una esperanza irrepetible. Que no existe frente a la inseguridad o las pandemias. Todos somos la selección. Se defiende un equipo y un país. Nos jugamos el prestigio y al parecer la vida. Al momento, las luminarias se enfocan en el área de candela. El protagonismo se traslada a los atletas, sus estrategias, su temple, su magia.
Cuando se apaguen las luces deberán esclarecerse los escándalos. La violación de derechos y la corrupción a nivel mundial. Las falsificaciones y encubrimientos a nivel local. Los delitos se pagan, también en el deporte. Qatar, ante la presión, ha iniciado cambios en sus políticas de migración e inclusión. Ojalá.
El Equipo de Todos va con todo. Con un equipazo y la dignidad como emblema. Para elevarse al máximo posible. La cotidianidad será alterada. Fútbol para respirar, para discutir, para soñar. Para sufrir y para disfrutar. Para deshacernos temporalmente y con algo de autoengaño, de los dolores del paisito. Ojalá los políticos no se aprovechen para hacernos un gol de media cancha.