La aparición del audio de la asambleísta explicando a uno de sus asesores los motivos por los que deben aportar el diezmo a su partido, desnuda de cuerpo entero a la sociedad contemporánea, y, dentro de ella, a la clase política que nos gobierna y representa.
Salvo contadísimas excepciones, los políticos de estos tiempos se caracterizan por su falta de preparación profesional e intelectual y por una alarmante deshonestidad. De ahí que buena parte de ellos sean hoy tan solo serviles recaderos y voceadores de sus partidos y de los líderes a los que se deben.
El caudillismo nos ha acostumbrado al paupérrimo nivel intelectual y moral de esta clase política que surge en su gran mayoría de la farándula, de la tarima, del folclor, de las canchas y de las cámaras de cine o televisión antes que de las aulas universitarias o de los libros; y que, además, carece casi por completo de vocación para el servicio público, toda una rareza en estos tiempos en que llegar a ser funcionario es como sacarse el premio mayor de la lotería.
En el caso particular de la recaudadora oficiosa no solo resulta preocupante la defensa que hizo de un acto miserable como el despojo de una parte del salario de un trabajador con fines partidistas o ideológicos, sin darse cuenta ni comprender que se trataba de un hecho tipificado como delito, sino también la vergonzosa y lamentable educación que demuestra esta señora elegida para ejercer funciones tan importantes como las de proponer, redactar y aprobar las leyes de una nación, y que dice en su portentosa alocución: “haiga”, “estese” o “hubieron”, entre otras perlas.
Por desgracia, me temo que no tenemos remedio. El audio de la asambleísta pedigüeña no es un caso aislado de chabacanería, desparpajo e ignorancia supina, pues vemos a diario muchos ejemplos bochornosos de políticos que no son capaces de hilar una frase completa con cierta coherencia, u otros que aunque resultan más avispados, tienen invertida la escala de valores o carecen de ella, y justifican por ejemplo el saqueo de la década pasada por la cantidad de obras que se hicieron, o defienden a los imputados en causas penales contra el Estado aduciendo que no hay pruebas en su contra aunque jamás se les escuche alegar su inocencia, pues ni ellos se la creen. En fin, hay tantos ejemplos diarios de ese tipo que, por méritos propios, nos hemos situado en el mapa mundial del tercermundismo tropical más abyecto.
El grado de descomposición al que hemos llegado como sociedad es alarmante, y la clase política actual, en términos generales, es el reflejo exacto de lo que somos: mediocres, corruptos, cínicos y aprovechados. Escándalos como el de los diezmos, el desfalco sistemático de las arcas públicas y la ignorancia, además de avergonzarnos, nos sitúa cada vez más lejos de las sociedades prósperas que se asientan en la libertad, en el equilibrio de poderes, en la igualdad de oportunidades y en el respeto irrestricto a los derechos de los demás.