En los años 70, un movimiento guerrillero uruguayo, los Tupamaros, consiguió para su país exactamente lo opuesto a lo que buscaba: transformó una democracia en una cruel dictadura de derecha. Y eso ocurrió porque cuando se debilita a las democracias, siempre se obtiene algo peor.
Hasta 1973 el Uruguay tenía una democracia. Quizás con muchos defectos, pero que era finalmente una democracia que permitía la alternancia en el poder y tenía una división de poderes que creaba los contrapesos básicos para evitar los excesos de quienes tenían el poder.
Los problemas empezaron a fines de los años 60 cuando los Tupamaros, un grupo de guerrilleros de izquierda, empezó una lucha armada contra ese sistema. Con actos de mucho efecto mediático como el robo de un camión de alimentos para luego entregarlo a un barrio pobre de Montevideo o el secuestro, interrogatorio y ejecución de un agente del FBI ganaron mucha visibilidad. Pero los secuestros y asesinatos generaron el rechazo y la polarizaron de la sociedad uruguaya.
La suma de esa polarización y la violenta respuesta desde el Gobierno y desde otros sectores de la sociedad debilitaron cada vez más al sistema democrático y para mediados de 1973 el presidente Bordaberry se declaró dictador (con el apoyo de las Fuerzas Armadas) y disolvió el Parlamento. Tres años más tarde iba ser reemplazado por un militar y recién en 1985 el país iba a retornar a la democracia.
Algunas de las víctimas que más sufrieron con la dictadura fueron los mismos líderes de los Tupamaros a los cuales se les mantuvo presos durante toda la duración de la dictadura, de alguna manera como “rehenes” para que el resto de sus compañeros no intentara perpetrar nuevos actos violentos.
Entre los “nueve rehenes” estuvieron tanto el fundador de los Tupamaros, Raúl Sendic, como el actual presidente del Uruguay, José Mujica y todos ellos pasaron varios años en confinamientos solitarios y en condiciones infrahumanas, una experiencia que sin duda los transformó. El mismo Mujica ha dicho que no sería la “personalidad política” que es si no hubiera estado, en su caso, 14 años preso y 10 de ellos en solitario.
Cuánto cavilarían y cavilarían ellos en su soledad y cuánto se arrepentirían de haber aportado a la destrucción de una democracia que si bien tenía miles de defectos, al menos permitía una cierta alternancia del poder y mantenía una división de poderes y los contrapesos básicos.
En el Ecuador partidos políticos como el MPD, el PRE, la ID, los Rupturos (y las Rupturas) y varios movimientos sociales y ecologistas aportaron a la terminación del sistema basado en la Constitución de 1998 que, si bien tenía miles de defectos, permitía la alternancia del poder (y también las otras cosas). Hoy me los imagino a todos ellos cavilando y cavilando.