Refrito con ajo y con sobornos, el caso arroz verde está guardado en una refrigeradora marca Casación. Tres cocineros decidirán si el arroz huele a ajo o a caca. Si a ajo, resucitó la Justicia ecuatoriana, los verdes irán a la cárcel y los conjueces pasarán a la historia. Si a caca, murió la Justicia ecuatoriana, los barrabases seguirán haciendo de las suyas y los conjueces irán a Miami a darse la buena vida junto a Carlitos Pólit, el mayor cacófago de la biología ecuatoriana.
Siete de veintiún jueces titulares de la Corte Nacional de Justicia llamaron a juicio a los sobornadores, llevaron a cabo procesos de juzgamiento y procesos de apelación idóneos, tomaron decisiones unánimes sin ni siquiera un solo voto salvado, pronunciaron y ratificaron una sentencia condenatoria gracias a la invencible montaña de pruebas eficazmente levantada por la Fiscalía General sobre el prepago putanesco de comisiones para acceder a ilícitos contratos públicos.
Las defensas de los imputados nunca pudieron defender lo indefendible. Esta realidad llega al proceso de Casación.
¿Habrá probabilidad de que los tres conjueces casatorios desdigan a sus titulares sin desacato al sentido común?
Queremos confiar, Churonita, en estos conjueces que no tienen ni que examinar los procesos, sino solo revisar la formalidad legal de la sentencia.
¿O serán de esos delincuentes togados que fueron enviados por correo expreso desde Carondelet, sin siquiera ser alfabetizados?
Si esperamos que la justicia no siga siendo una pesadilla ignominiosa, estos señores conjueces en cuyas manos está la supervivencia de la patria no tienen otra opción que aplicar el Art. 657, número 4 del Código Orgánico Integral Penal (COIP) y, en la primera audiencia, desechar el recurso y ordenar su devolución al juzgador de origen. Decisión que ya no admite recurso alguno.
Pero, si dejan que siga el trámite, caerán en dineral sospecha moral y mortal.
Ecuador ha entrado en una era de ladrones insaciables del sector público y privado. Nunca hemos visto tanto delito por tanto dinero por tanto tiempo.
La justicia desapareció hace rato con el manoseo de la culpa y la entronización de lo impune, gracias a jueces con hemiplejia moral que han celebrado la delincuencia y han hecho del delito un porvenir.
Tenemos derecho a regresar a la vigencia de la Justicia, porque somos “una llaga que supura, una úlcera inflamada; un andrajo del honor.”, como dijo el anciano Rey Lear.
San Agustín, pecador, en su Ciudad de Dios, nos advirtió que “Cuando no hay Justicia, los Estados no son sino grandes empresas de criminales”. Y el Talmud enseña que “Es desgraciada la generación en la que sus Jueces deben estar presos”. Ecuatorianos, que la Casación no sea una “operación mafia”, sino un grito de pura y limpia dignidad nacional. ¿Quién podrá salvarnos si estamos en tiempo de guerra?