“Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión!, / que una fontana fluía / dentro de mi corazón. / Di, ¿por qué acequia escondida, / agua, vienes hacia mí, /manantial de nueva vida / de donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía, / soñé, ¡bendita ilusión!, / que una colmena tenía / dentro de mi corazón; / y las doradas abejas / iban fabricando en él, / con las amarguras viejas, / blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía, / soñé, ¡bendita ilusión!, / que un ardiente sol lucía / dentro de mi corazón. / Era ardiente porque daba / colores de rojo hogar, / y era sol porque alumbraba / y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión!, / que era Dios lo que tenía / dentro de mi corazón”
El poeta español Antonio Machado (1875-1939) publicó “Soledades”, su primer libro de poemas, el año de 1901. En él consta la composición trascrita y numerada como LIX. El “Anoche cuando dormía…” contiene las semillas del poderoso árbol que fue la obra de don Antonio: claridad, idealismo, escepticismo, luminosidad e intuición del misterio de nuestra existencia. Falta lo que vendría después: la denuncia amorosa y dura contra “la España de “charanga y pandereta”, la visión profunda del paisaje, y de “Este hombre del casino provinciano… (…) … Este hombre no es de ayer ni es de mañana, /sino de nunca; de la cepa hispana/ no es el fruto maduro ni podrido, / es una fruta vana / de aquella España que pasó y no ha sido, / esa que hoy tiene la cabeza cana”.
Dicen que el ocio es condición de la cultura. Estamos en ocio obligado por el poder mortal de una invisible partícula biológica que ha sometido la civilización más avanzada de la historia universal a confusión, desorden y miedo. Para estos meses oscuros, el “Anoche cuando dormía” nos consuela y estremece.
Bajo los símbolos del agua gratuitamente ofrecida, promesa de vida, nunca probada; de la colmena en la que hay “blanca cera” y “dulce miel”, señal de los placeres del esfuerzo y el convivir de la existencia humana; del “ardiente sol”, signo de la familia, del fuego del hogar, de donde salimos y al que volvemos cuando nos lloran los seres queridos en nuestro camino a la nada, y expresión del sol de la mente y el afecto que alumbran nuestro interior, y nos hace llorar cuando contemplamos nuestro breve tránsito en la eternidad del cosmos estrellado y nuestra propia miseria con los demás: ni somos cera-luz, ni dulce-miel, sino una mezquina Cámara de Comercio que oculta sus centavos ante el hambre y los ataúdes de cartón que contienen los desechos del consumo y del mercado.
Benditas ilusiones: fontana, abeja, sol, Dios, que duermen en el corazón y nos dan calor, fuerza y esperanza. Y vemos que no son ilusiones sino mujeres y hombres y autoridades afanadas en sacar “de las amarguras viejas” a nuestro desvencijado Ecuador, pese “A la infame turba de nocturnas aves” (Góngora), pura pluma, puro pico y pura mierda.