La curva de contagios del covid-19 sigue en ascenso, las camas de los hospitales están copadas, las terapias intensivas saturadas, aumenta el número de fallecimientos, hay carencia de médicos y de personal de salud, no se cumple el ofrecimiento de dar contratos fijos a los profesionales que fueron enlistados temporalmente y que combaten en primera línea la pandemia, tampoco se pagan los salarios de los jóvenes médicos postgradistas que se han sumado a la heroica tarea; se recogen cadáveres en domicilios y en las calles. Si la gente no acata las medidas restrictivas, la pandemia incrementará su nocividad.
Vivimos una triste realidad; la tragedia económica nacional y en ella la del turismo. El COE corrió un riesgo justificado, en el afán de dinamizar el feriado del 10 de Agosto, liberalizó el transporte y el acceso a algunas playas. La escasa concurrencia del público alienta la esperanza de no contemplar un agravamiento de la pandemia.
Es injustificable que mientras los médicos y el personal de salud, a pesar de tener muchos mártires entre sus compañeros, se mantienen concentrados en su combate al virus y en su lucha por salvar vidas, numerosos grupos de ciudadanos buscan festejos frecuentes con consumo ilimitado de cervezas y de todo tipo de licor, en abarrotadas reuniones bailables, o deportivas, sin mantener las medidas de prevención del feroz contagio con efectos mortales.
Este SARS-COV-2, hasta ahora, un virus indescifrable, no solo ataca a los pulmones, afecta también al cerebro, al corazón, a los riñones, es multisistémico. Puede producir casos asintomáticos (12%), leves (80.9%), severos (13.8%), críticos (4.7%) y fulminantes, por insuficiencia respiratoria aguda o por una infección generalizada (3%). En promedio, los síntomas se presentan cinco días posteriores a la exposición al virus y desarrollan a los 11 días. El mayor período de contagio es el comprendido entre el primer y el tercer día de iniciados los síntomas. La mortalidad es mucho más elevada en pacientes de edad avanzada, sobre los 65 años. En los casos severos, internados en terapia intensiva, la mortalidad es aproximadamente del 50%. Pueden ser infectados niños de todas las edades y si bien su mortalidad es casi nula, los convierte en importantes vehículos de trasmisión.
Los convalecientes padecen, con frecuencia, secuelas de debilidad y cansancio. Los sobrevivientes de los estados severos y críticos presentan, comúnmente, complicaciones del movimiento, del habla, del funcionamiento renal, del corazón, de las arterias, de las venas, y sobretodo, fibrosis y lesiones pulmonares.
Tenemos que superar esta dantesca situación, multiplicar efectivamente las pruebas diagnósticas en los barrios y en las comunidades, para aislar a los asintomáticos, transmisores potenciales de la viremia y concientizar a cada individuo, que el SARS-COV 2 se mantendrá vivo mientras hayan contagios y que estos se incrementarán con la indisciplina y los tumultos.