Columnista invitado
Verdadera prueba de fuego afrontan las negociaciones para lograr la paz en Colombia. El secuestro de un alto oficial de las Fuerzas Armadas colombianas por elementos de las FARC obligaron al gobierno del presidente Santos a suspender las conversaciones que debían reanudarse el miércoles en La Habana, en las que se ha avanzado sustancialmente con acuerdos en tres de los seis puntos básicos en discusión.
Todo proceso de esta naturaleza está sujeto a mil y una circunstancias. Nada es fácil. Nada depende de la voluntad omnímoda de una persona. Hay facciones dentro de los propios protagonistas que ven las cosas de manera distinta y actúan en consecuencia. Y aunque es indignante que a estas alturas de las conversaciones se produzca un secuestro de esa connotación, es un hecho no solo posible, como que se ha producido, sino que forma parte de las contingencias y estrategias que deben tomarse en cuenta. Como es el que el Gobierno colombiano, mientras negocia, sigue combatiendo con las armas a los insurgentes.
El hecho, sobre el que deben clarificarse varias cosas extrañas, como la presencia del general activo sin uniforme y sin escoltas, ha producido el rechazo generalizado y ha servido para que los halcones, presididos por el expresidente Uribe, pongan el grito en el cielo y reclamen por la legitimidad de su tesis extrema: no negociación y mano dura, que solo brinda triunfos efímeros y nunca soluciones duraderas.
Colombia ha pasado por la violencia delincuencial, la política, la guerrillera y la del narcotráfico, a intervalos definidos en ocasiones y entreverados en otras.
El paso por sus diferentes regiones era una aventura arriesgada, matizada por leyendas e historias. Y luego la violencia política, en la que se enfrentaban liberales y conservadores, con ideas, argumentos y también a bala, hasta que las cosas se desbordaron y el asesinato al líder liberal Eliécer Gaitán produjo la más violenta demostración de rechazo y protesta populares.
Y después la concertación de liberales y conservadores para superar la prolongación del dictador Rojas Pinilla, en la que se repartieron el Gobierno y el poder, excluyente de cualquier otra corriente. Y luego la guerrilla, idealista originalmente, sangrienta, desalmada y enredada con el narcotráfico después.
No existe posibilidad de desenlace del conflicto con acciones armadas. La historia es pródiga en demostrarlo. Solo un proceso de negociación que contemple una salida equilibrada a los actores puede lograrlo, por lo que hay que esperar que la responsabilidad, sensatez, decisión y sabiduría de los negociadores de lado y lado, prime sobre cualquier otra consideración, para superar este incidente y cualquier otro.
El proceso de paz exige tolerancia y desprendimiento. Y mucha perseverancia para superar los obstáculos existentes y los que se presentarán. Nada es más importante que conseguir la paz. La paz duradera. No la de las armas.