De paso por Canadá, nos fascinan paralelos inesperados. Preservar normas de convivencia es una batalla constante incluso en democracias sólidas.
El actual Gobierno canadiense conservador, por ejemplo, quiere cambiar la “ley de acceso a la información”, hipotéticamente para tener “gobiernos abiertos” que entregarían la información fácilmente. Pero no crea medidas en consecuencia, ni modifica la norma actual, según la cual se puede pedir hasta la correspondencia, notas de trabajo o discursos de un ministro o funcionario por $5. Su proyecto más bien busca anular derechos de autor de la prensa, las imágenes de TV por ejemplo, que no pueden usarse en una campaña electoral, para ahora usarlas contra los oponentes.
La información es decisiva para hacer política. Éxitos o fracasos pueden depender de ella. Y, si se piensa en lo que conviene a una sociedad, no a un partido, la información sobre problemas, situaciones o soluciones puede ser decisiva para formar una cultura política sólida, con civismo, menos votantes emocionales y más ciudadanos pensantes en el bien común.
Pero cambiamos de la información sobre hechos a la dinámica de la publicidad por la cual la información puede existir o no, importa solamente convencer al otro. Ya no se trata siquiera de ganar la población a una causa o programa político, como buscaba la propaganda. Con la publicidad política la meta es más simple: convencer de aceptar un enlatado llamado candidato, gobernante o una política. Es real lavado de cabezas; empobrece la política y transforma el debate en un proceso de manipulación que destruye los esfuerzos para constituir sociedad civil, ciudadanos informados que adhieren conscientemente a una idea.
Además, los conservadores, de derecha o izquierda, pisotean principios y la gran conquista que, para la convivencia y tener mejores gobiernos, fue lograr el máximo de transparencia y reglas de juego político claras, que no trampean al ciudadano y así crean confianza en el otro y en la sociedad.
Los conservadores canadienses, para mantenerse en el poder, están listos a destruir su excepcional sólida sociedad civil, normas de convivencia y el Estado de Derecho que lograron un Estado de Bienestar como los nórdicos en Europa. El cálculo de dotarse de ventajas para ganar elecciones les lleva a no pensar en lo que conviene a la sociedad. En Ecuador acontece algo similar, salvo que aquí no está en juego una sólida sociedad civil sino limitar su consolidación. Su Gobierno se dota de medios para convertir a la política ante todo en un sistema de propaganda.
En el fondo a los conservadores, de todos los colores, no les gusta el pluralismo ni el libre pensamiento, prefieren controlar los medios por los que se expresan. El conservadurismo avanza, busca que la expresión pública les ponga incienso, borre otras causas y adhiera a la que ellos consideran debe ser.