Tomo versos de ‘Principiantes’, poema de Hojas de hierba del gran norteamericano Walt Whitman, obra cuya traducción al español, del quiteño Francisco Alexander, fue reconocida por Borges como la mejor versión del poemario incomparable: “Cuán raros y terribles le son a la Tierra, / Cómo se avezan a sí mismos tanto como a cualquiera otro –qué paradoja parece su época, / Cómo las gentes reaccionan ante ellos aunque no los conozcan, / Cómo hay algo inexorable en su suerte en todo tiempo, / Cómo todas las épocas eligen mal los objetos de su adulación y recompensas,/ y cómo el mismo precio inexorable tiene aún que pagarse por la misma gran compra”.
“Cómo todas las épocas eligen mal los objetos de su adulación y recompensas”, verso escrito hace alrededor de ciento setenta años, marca el origen de lo que al mundo le sucede hoy, en la tragedia de equivocaciones a que nos somete un sujeto de copete sobre la frente inconclusa, de media sonrisa falaz, de mirada aviesa.: “Cuán raro y terrible le /es/ a la Tierra, … qué paradoja parece su época”.
Individuo de cara, estilo y nombre de bofetón, ¿tendrá idea de cómo lo juzga la gente buena del mundo?: ¡Claro que la tiene, y goza con ello, y extrema su vesania en venganza de los que no son como él: “Cómo se avezan [se curten] a sí mismos tanto como a cualquiera otro / Cómo las gentes reaccionan ante ellos aunque no los conozcan”. Y en la seguridad nefasta de que el poder del dinero le ha dado la razón, esa riqueza –que tanto daña cuando esconde la ignorancia- le permitió culminar su vil carrera en el más alto poder de la Tierra. Ese es su riesgo y el nuestro: él, triunfante; nosotros, abrumados por sus decisiones xenofóbicas, excluyentes, odiosas: “Cómo hay algo inexorable en su suerte en todo tiempo”. Este animal presuntamente racional cuenta con un mundo sobre el cual ejercer su poder. Fue elegido democráticamente por los millones de ignaros hechizados que constituyen la masa (la democracia, cuestión humana, consagra el derecho de acertar o equivocarse): “Todas las épocas eligen mal los objetos de su adulación y recompensas”.
“Y cómo el mismo precio inexorable tiene aún que pagarse por la misma gran compra”. ¡Infeliz viejo rico, inmaduro y falaz en su frenesí de triunfo!; ‘hombre bebé en la Casa Blanca’, ¿son sus caprichos y rencores el precio inexorable que América, que el mundo entero tienen que pagar por seguir existiendo? ¿Culminará él esta tercera guerra mundial a pedazos, de que habla el papa Francisco? ¿Es tanta su inopia que, en lugar de detener, en lo posible, la carrera de la naturaleza hacia su fin, la precipitará?
Me prometo a mí misma, por salud, ignorarlo, pero será imposible evitar la tortura de las noticias de sus cotidianas insolencias, ver, aunque de soslayo, su rostro, contener la náusea; sufrir los quebrantos de su ingenio boto. Sin embargo, sigue entre nosotros la palabra del profético Whitman: “Y haré un canto a fin de que haya bienquerencia de día y de noche entre todos los Estados”. Canto que ansiamos desde el fondo del angustiado corazón.